miércoles, 18 de noviembre de 2020

Cuento: "Central disco" (2013)

  


Hará cosa de dos años, me encontraba en el Mercado Central, un domingo, con la intención de comprar algo de ropa y algunos regalos para mis viejos. El jugoso choripán goteaba grasa por entre los panes, lo cual me obligaba a adoptar una extraña pose al momento de comerlo, sentado de piernas abiertas y con los brazos y boca alejados lo más posible del torso; cuando noté una música pegadiza que se oía a lo lejos. La melodía había pasado desapercibida hasta el momento, entre el bullicio de gente, autos, ruidos de la cercana autopista y gritos de los vendedores de  verdura anunciando ofertas. Creo que era “Will be together again” de Rick Astley, el pegadizo tema de los ochenta, al toque enganchado con otro hit. 

Habré estado media hora escuchando, éxito tras éxito. Eran temas bien bolicheros con mucha onda, demasiada para el lugar. Terminé mi improvisado almuerzo y di unas vueltas por el paseo de compras. Dos camisas, unos jeans, algo de verdura y dos collares para mi perrito, al salir volví a oír la música que continuaba imponiéndose por sobre el ruido. Me llamó la atención, decidí buscar el origen de los sonidos. Caminé siguiendo la canción, iba guiado por la hipnótica armonía. Allí a lo lejos finalmente lo vi, una  carpita tipo sombrilla en medio del estacionamiento, un par de bafles, y un mueblecito con los discos, eso era todo. Al acercarme pude apreciar con claridad cómo ocurría la encantamiento, era como ver a un mago explicando sus trucos. Permanecí absorto observándolo durante varios minutos, pero estaba tan enchufado que ni cuenta se dio de mi presencia. Era medio petiso, y su prolongada frente brillaba con el sol del ocaso que se escondía por detrás de la autopista. Una camisa a cuadros azules no le disimulaba para nada la creciente panza de cuarentón. Los C.D´s emitían destellos multicolores que se reflejaban en sus gruesos anteojos de aumento. El tipo tenía una compactera doble y dos bandejas de vinilos, con un montón de perillas y botones. Con los auriculares puestos, y con la coordinación manual de un maestro de orquesta sacaba un disco tras otro, cambiaba de tema y sacaba el anterior de la otra bandeja, enganchaba los temas, seguía los ritmos, la verdad que era un grosso el hombre. Lo saludé, y mientras se disponía a meter un tema de los Pet Shop Boys, charlamos un rato.

Tenía guardados en su cabeza el tempo y los compases de los miles y miles de temas en su haber, era necesario éste conocimiento para ir decidiendo sobre la marcha cuales ir enganchando. Aseguró no preparar previamente una lista de canciones sino que se dejaba llevar por su público. Él decía que para ser buen D.J. hay que sentir el feedback, la respuesta de los oyentes.

Su sueño era ser propietario de un boliche, había trabajado en los ochentas en varias míticas “boîtes” como les decíamos antes, pero la vida lo llevó por otros caminos. Se casó, tuvo tres pibes y necesitaba algún laburo más estable, trabajó varios años de remisero, luego de empleado supermercadista, y por último en un quiosco. Ahora que los niños eran ya mayores podía volver a lo suyo, a su verdadera profesión. Me daba lástima, el tipo hubiera dado lo que fuera por volver a la noche, juro que ése tipo me dejó marcado, no sé por qué, supongo que es el sueño de todos ser D.J., que todos te sigan, que bailen lo que vos le ponés, ser como un dios… y lo peor debe ser haberlo logrado y luego perderlo.

-Mirá, tengo un amigo que está por abrir un boliche para mayores de treinta, todo música de los ochenta y setenta, y anda buscando gente con experiencia. Hablá con él, capaz puede conseguirte algo.- Le di el número de Javier, un amigo que se iniciaba en el rubro.

Pasaron unos meses y al no tener noticia de ninguno de los dos, me dirigí nuevamente al Mercado Central a ver si me lo encontraba. Fuimos en auto con mi señora y mi hijo, pagamos al trapito por un lugar en la escasa sombra del lugar, y estacioné junto a una cupé Taunus modelo ’84. Estaba como nueva, resplandeciente, roja con franjas negras a lo largo del capot y el techo. Apenas bajar percibimos dos cosas, el hedor a queso podrido de los chipás, y un tema de Génesis a todo volumen. Phil Collins gritaba casi tan fuerte como la paraguaya de las tortillas. Mi familia se fue a comprar provisiones alimenticias, mientras yo fui en busca del musicalizador.

El puesto se encontraba en el mismo lugar, y el mismo vendedor seguía en él. Nunca supe su nombre, o tal vez me lo dijo y no lo recuerdo, pero lo cierto es que su fisonomía había cambiado bastante. Anteojos negros, una remera estridentemente amarilla con el logo de M.P.3 tachado en naranja, una colita de caballo a pesar de la pelada frontal, collares luminosos y grandes anillos dorados.-Éste tema va para el vendedor de zapatillas. ¡Vamos arriba!-. Bailaba, agitaba los brazos y cantaba, estaba como rejuvenecido en ánimo. El puesto también se veía diferente, si es que todavía se lo podía seguir llamando así. Bolas de espejos, sillones de pana roja, luces estroboscópicas, rayos laser, incluso se había asociado con un tipo que vendía gaseosas y jugos para que instalara una barra allí. Lo saludé con una seña y me acerqué, bajó apenas la música y salió de la renovada cabina de Disk Jockey.

-Hey loco. ¿Qué onda? ¿En qué te puedo ayudar chabón?- por la terminología utilizada se hacía el pendejo parecía. Le recordé que era yo quien le había pasado el número de mi amigo Javier,  le pregunté si habían hablado y cómo les había ido.

-Sí, Estamos haciendo algo en su boliche. ¡Fines de semana a pleno chabón! Igual me lo tomo como un hobbie nomas che, un pasatiempo. Voy paso música y chau- Mientras hablábamos bailoteaba como un boludo. -Mi verdadero público está acá. Fijate que ya ni vendo C.D.´s siquiera. ¡Sólo transmito buenas ondas sonoras loco!-Parecía un pelotudo cuando hablaba, pero tenía razón, ni un solo disco podía verse a la venta allí.

-El público de una discoteque es muy ingrato, hace de que cuenta que no existís. Les da lo mismo si estás vos o cualquier otro gil, están todos en la suya, encarando o mirando minitas, re mamados, y pongas la música que pongas bailan siempre igual. Acá en cambio temes una respuesta instantánea, una vibra inmediata, y por sobre todas las cosas auténtica, acá no te la “caretean”. - En ese preciso momento una camioneta Ford F100 azul metalizada pasa por delante de nosotros, toca bocina al pasar, y la mano izquierda de un misterioso conductor asoma por la obscura ventanilla apenas abierta con el pulgar en alto, en señal de aprobación. -¿Ves lo que te digo? Mirá el pibe aquél, el de los duraznos a $4,50, fíjate cómo baila mientras despacha clientes, o aquél del puesto de choripanes cómo mueve los pies mientras está junto a la parrilla al ritmo de Stevie Wonder. ¡La gente me quiere acá macho, no los puedo abandonar! me dan afecto, me regalan cosas… ésta remera me la regaló la mujer del puesto veinticuatro, las zapatillas el muchacho de allá al fondo, puro cariño loco. Moreno (Guillermo) me quiso echar, le llegó un rumor, y no entendía cómo tengo un puesto que no vende nada, varias veces vinieron a inspeccionar si vendo droga o cosas raras, pero la gente salió a defenderme loco, mi verdadero público.- Una combi justo pasó y le tocó bocina, gritándole el cuarentón conductor de poblado bigote -¡Grosso, capo!-.

- Mi deseo en la vida era abrir mi propio boliche, y acá lo cumplí, este es mi boliche.-

Nos despedimos cordialmente con la promesa de volver a vernos, aunque estoy convencido de que me olvidó en ése mismo instante. Me fui caminando a buscar a mi señora e hijo, tomándome el tiempo para pensar. Hay que buscarle la vuelta a las ambiciones, quizás se cumplan de la manera en que menos lo esperamos, o tal vez recién una vez plasmadas podemos conocer  nuestra verdadera pasión. Aquí podemos conseguir casi cualquier cosa, lo que imaginemos, quizás hasta podamos hacer realidad nuestros sueños, pero tengamos en cuenta que todo lo que aquí se consigue es trucho, incluso ésos sueños. En el Mercado Central, donde todo es posible.

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