sábado, 28 de abril de 2018

La reencarnación del buda


He tenidos varios trabajos en mi carrera laboral, repartidor en bicicleta de pólizas de seguros, vendedor de celulares, en un ciber café, en un laboratorio agrícola que por poco hago explotar, en una fábrica de fideos y galletitas, vendedor de sistema de televisión satelital, operador telefónico de una remisera, profesor de inglés…pero sin lugar a dudas la que más llegué a detestar fue la de animador de fiestas infantiles. Ustedes se preguntarán cómo llegué a una tarea tan degradante, el asunto es que mientras estaba en un laburo previo, el cual yo creía estable, compré una moto, de la cual algunos pagos debían ser en cuotas mensuales. Al tercer mes me echaron y debí hacer lo que fuera por terminar de saldar la deuda, y eso incluía la animación.
Cuando comencé supuestamente era para ayudar con el traslado y armado de los castillos inflables que eran por demás pesados y voluminosos, pero luego las tareas fueron mutando y terminé realizando tareas diversas, tales como pasar música, mantenimiento del salón de fiestas, maquillaje artístico a los nenes, globología (hacer perritos y pavadas con esos globos largos y delgados), y lo peor de todo disfrazarme.
Fue durante una tarde de verano que la historia que voy a contarles tuvo lugar, quizás algunos no la crean, pero puedo asegurarles que fue cierta. Era una pomposa fiesta de cumpleaños para un niño pudiente en una quinta con pileta y un enorme parque. Como era de suponerse contrataron el servicio completo, por lo que nos presentamos allí con tres castillos inflables, un payaso, música, maquillaje, un dibujante que realizaba caricaturas de los invitados, servicio de comida, torta, etc. Luego de armar todo bajo el inclemente sol y transpirar como prostituta en la iglesia, llegó el momento más humillante, el de disfrazarme de Barney (para los que no están familiarizados es un dinosaurio violeta). Con el traje encima, que parecía pesar una tonelada con los treinta y cinco grados de temperatura, y la cabeza gigante hecha de goma espuma, debía bailar un rato y a la vez realizar algunas figuras con globos. El problema fue que la edad de los niños era mixta, había desde los tres o cuatro hasta algunos de once, siendo estos últimos unas criaturas salvajes, la piel de Judas diría la maestra de música Olga que teníamos en la primaria. A los mayores ya no les atraía en lo más mínimo el dinosaurio Barney ni los globos, solo querían hacer maldades.
A la vez que bailaba como un idiota al ritmo de la estupida música infantil, intentaba entretener a los más chiquitos. Mientras los salvajes mayores me pateaban los tobillos, me empujaban, y tironeaban del traje. -¡Vos sos el que estaba recién fumando en la puerta!- gritaban algunos empeñados en desbaratar los pequeños vestigios de magia que podían ver los nenes en ese horrible, sucio, manchado y zurcido traje de dinosaurio. Por suerte de forma disimulada pude devolverles algunos golpes sin que los padres pudieran notarlo, algún que otro cachetazo en la nuca, o un empujón, quizás hasta alguna amenaza, pero nada criminal. Afortunadamente toda tortura llega a su fin. Cerca de una hora después, luego de perder cerca de un litro de sudor y casi el conocimiento también, pude dar por finalizada mi función. Detrás de unos arbustos me quité el traje y recuperé la identidad, también algunos vestigios de dignidad que me quedaban. Sin poder irme ya que debía plegar y cargar los inflables luego de finalizada la fiesta, salí a la calle con una botella de agua llenada de la canilla, caliente (los padres del cumpleañero eran muy ratas y miserables, no convidaban ni un vaso de gaseosa siquiera). Sentado en el cordón de la vereda sacie parcialmente mi sed, me mojé un poco la cabeza y me prendí un pucho a la sombra de un árbol.
-Tomá pibe, te lo merecés.- Me llamó la atención una mano con una cerveza fría, parecía ser una aparición divina, luego de tanto sacrificio finalmente la providencia me trae una pequeña recompensa. 
–Estuviste muy bien adentro del disfraz, te bancaste a esos pendejos insoportables y te aguantaste todo, la verdad respeto mucho tu actitud pibe, me haces acordar a cuando yo tenía tu edad.- El que me hablaba no era un tipo de cincuenta años, era el dueño del cumpleaños, un niño de cinco años, por lo que me parecía por demás extraño que me hablara de ese modo. Llevaba pantalones cortos, y sus delgadas rodillas percudidas de jugar al futbol parecían endebles.
- Mis viejos son bastante ratas, me disculpo por ellos, pero a pesar de todo no son malas personas, una vez que los conoces son muy buena gente. A veces me avergüenza el hecho de que sean tan amarretes pero supongo que es normal que nuestros viejos nos avergüencen de vez en cuando, o que no sean perfectos. ¿Debería hacer un calor bárbaro dentro de Barney no? Yo en una época laburaba en una fábrica de colchones ¡Lo que transpirábamos en ese galpón! Por eso mismo es que aprecio tu laburo, porque entiendo el sacrificio y el sufrimiento. mis viejos nacieron con guita y así morirán, por eso es que no saben apreciar el trabajo de los demás, como toda persona de plata piensan que los demás están solo para servirlos, que son todos empleados de ellos, nunca un agradecimiento al jardinero, nunca un reconocimiento a la niñera, jamás una felicitación.- No podía creer que un nene de cinco años con una caricatura de conejo en la remera me estuviera hablando de trabajar en una fábrica, o que pudiera cuestionar con tan temprana edad el comportamiento de sus padres. Aparentemente mi rostro enunciaba la incredulidad, ya que sin que yo dijera palabra alguna, el nene aclaró mis dudas.
-Mirá, yo te voy a contar algo y espero que quede entre nosotros, yo sé que vos vas a guardar el secreto. Yo no soy un chico normal, tengo el…defecto o la virtud, no sabría cómo llamarlo… la peculiaridad ponele, de recordar mis vidas pasadas. De algunas reencarnaciones tengo solo fragmentos en la memoria, de otras nada, las que más tengo en la memoria son las últimas dos o tres. Todos dicen que en una vida pasada fueron Napoleón, o la Princesa de Monaco, Gengis Khan, o al menos  un duque o un gran atleta… yo fui bancario, cocedor de colchones, y albañil, nada del otro mundo, pero juro que labure mucho y te puedo asegurar que no sirve para una mierda. Si no haces nada alguien siempre te va a facilitar las cosas, o el gobierno te proporciona un subsidio de desempleo, o la gente te facilita cosas, te dan comida, limosnas, ropa que les sobra… hay comedores, y organizaciones que ayudan a los carenciados…y sino hacete artesano, vende collares y pulseritas, los hippies no tienen ningún drama con el dólar paralelo, el precio de la soja, el petróleo, el riesgo país, la inflación, la crisis mundial, viven felices sin que nada les importe un pomo, lo único que les interesa es que alcance la plata para comprar marihuana. Cuando cumplís sesenta y cinco, y finalmente podes jubilarte ya sos demasiado viejo para disfrutarlo, no podes viajar porque te duele todo el cuerpo, no podes hacer deporte, no podes escribir porque te olvidas todo, ni siquiera podes comer tranquilo entre la presión y el colesterol. La vida se te va en un suspiro, un tercio de la vida desperdicias en el laburo, ¿y a cambio de qué? Un día cierra el banco y te echan a la mierda, les importás un comino. Andá flaco, rajá de acá y disfruta la vida, Salí a tocarle el culo a las chicas, y a patear tachos de basura. Andá a tocar timbre y sali corriendo, a jugar a la pelota, aprovechá a disfrutar mientras puedas.- Gesticulaba mucho con sus pequeños brazos que parecían de juguete por lo delgados, los sacudía con fuerza señalando el horizonte. Hizo una pausa, odenando sus pensamientos, y me dijo esta frase: -Todo pasa tan vertiginosamente, que a veces el pasado se nos confunde con el futuro.-
- ¡Lo que me estás diciendo es impresionante! ¿Porque no salís a contar tu historia al mundo? Ayudarías a millones de personas, le darías esperanza a los enfermos del mundo, saber que existe la reencarnación resolvería la pregunta existencial máxima, la religión tendría al fin sentido, el vacío interior se llenaría en cada uno de las personas, la angustia eterna al más allá dejaría de pesar en la conciencia de los humanos, cambiarias el mundo…-
-Pará, pará, pará… primero que nadie va a creerme, ya hay decenas de personas expresando lo mismo que yo en internet y nadie les da bola, ¡vos ni sabés que existen! Y segundo que, a pesar de todas las cosas que fui, también fui hijo, y fui papá. Yo sé lo que se siente perder a un hijo, y no quiero quitarles a mis viejos la felicidad diaria de ser padres, no podría hacerles eso. Además así estoy fenómeno, me tratan como a un rey, me malcrían… ¡y encima tengo una niñera que no sabés lo que está!- Hizo unos gestos por demás evidentes, señalando los abultados atributos físicos de la joven. Dándome una palmada en el hombro, cambió de tema. -¿Querés otra cerveza? Te traigo si queres…-
-No, gracias. Ya hiciste demasiado por mí.- Le devolví el envase vacío y me fui, caminando por la sombra. Que junte Magoya los castillos inflables, y la próxima que se disfrace otro de Barney, yo por mi parte, voy a disfrutar de la vida.

miércoles, 25 de abril de 2018

Amor clandestino


Le arranco la camisa, los botones vuelan, con el hambre de un náufrago nos consumimos mutuamente la boca, nos besamos salvajemente mientras manoseo su cuello con mis manos. Me quita la ropa a tirones, y deja salir esa faceta furiosa y febril. Ese look de oficinista me vuelve loco, tan pulcra y ordenada con sus pequeños anteojos de marco negro, y a la vez tan indecorosa con sus medias  de red y el portaligas de encaje... Rebotamos contra los azulejos en las paredes del baño, mientras lacero con mis dientes los negros lunares de sus senos. Sin darnos cuenta, activamos el ruido a turbinas de un secador de manos y, casi instintivamente, nos encerramos en un cubículo. Apenas alcanza a trabar la puerta, y ya la tomo por detrás, le beso la nuca y nuestros brazos se suman, se multiplican. La agarro del pelo mientras desarmo ese prolijo y hasta prepotente rodete negro. La hago agachar brutalmente tironeando de pasión. Su espalda es hermosa, perfecta. Su piel es casi traslúcida, blanca como la nieve. Solo un travieso tatuaje en su costado derecho interrumpe aquella escultura de mármol. Le dejo el corpiño puesto, pero le levanto la minifalda, sus nalgas resplandecen.  Bajo mis pantalones, corro su diminuta ropa interior blanca y...
Un viejo pelado me interrumpe, nos interrumpe, se mete entre nosotros y me la quita, se la lleva, nos corta la inspiración. Un tipo de bigotes de unos sesenta y pico y con cara de milico, el desgraciado corre ruidosamente la silla y me hace volver a la realidad del bar. Trato de incorporarme, me acomodo en la silla y miro en derredor para ver que nadie me estuviera observando. Es allí cuando veo que ella tenía sus claros ojos incrustados en mí. Eran pardos, una rareza, una mezcla extraña de verdes y marrones muy suaves que variaban dependiendo del día, o, quizás, de su estado de ánimo, no lo sé, pero no había dos días en los que tuviera los mismos ojos. Nuestras miradas se cruzan, ella sentada al otro extremo del bar sabe lo que quiero, lo que me consume de deseo, sabe que la preciso, la exijo. Solo con verme nota que ardo de necesidad, que me urge su presencia. Asentí con la cabeza, ella también, se levantó y caminó hacia mí, solo  bastó un gesto para que nos entendiéramos. Sus tacos altos sonaban contra el piso de madera, a la vez que mi corazón se aceleraba, su cuerpo se contorneaba como una tigresa al acecho, sus pechos vibraban a cada paso. Llegó y se paró junto a mí, su perfume dulce y, quizás, algo repugnante inundó la mesa. Feroz, pero todavía una dama, esperó a que yo dé el primer paso.
—Un café con leche, y dos medialunas —Mi voz tembló y seguro me sonrojé, porque un calor abrazó mis mejillas.
—Sí, como no, ya se los traigo —Una corriente helada de indiferencia sobrevoló su respuesta.
—Gracias.
Así como vino… se fue, y yo… continúe poseyéndola en secreto.

martes, 17 de abril de 2018

Cuento: "Una ginebra por favor"



Era el atardecer de un martes, cuatro de agosto para ser más precisos. Estaba bastante nublado y frío afuera, pero adentro del barcito del Turco la temperatura no variaba jamás. El espeso cortinado también impedía cualquier tipo de visión con, y desde el exterior. Bastante tétrico el lugar, solo iluminado por un par de tubos fluorescentes colgados de un extremadamente alto cielo raso, al estilo de las viejas contracciones de principios de siglo, como lo era este inmueble. Dos ventiladores de techo allá en las alturas, sostenidos  del machimbre pintado marrón obscuro, giraban lentamente haciendo circular el humo acumulado en lugar de refrescar. El bar del Turco era el único de la pequeña ciudad que ignoraba por completo la ley anti tabaco, casi orgullosamente. El doctor Zamudio yacía sentado solitario en la mesa junto a la ventana disfrutando de un Criadores, mientras ojeaba el suplemento económico del Clarín. Siempre utilizaba la misma ubicación, y era muy común ver clientes del bar hacerse atender en esa misma mesa por la módica suma de un Whisky importado. Un antiguo televisor colgado de un soporte a la pared del fondo, aportaba la única cuota de color y vida al lugar. El volumen estaba en cero, pero se veían imágenes de carreras de caballos y largas listas de posiciones.
Raúl Sotello, sentado en la banqueta de la barra miraba fijamente el vaso de vino blanco con jugo de naranja. Ya se había tomado cuatro, e iba camino al quinto. El hielo tintineó cuando apuró el líquido dentro de sus fauces. Depositó el recipiente vacío sobre la barra, y golpeando con el dedo índice sobre el borde del vaso, pidió otro. El Turco, dueño y único mozo se las arregló para verlo a pesar de estar en el otro extremo del mostrador, con esa especial percepción que solo tienen los verdaderos mozos de profesión. Se acercó con paso silencioso, mientras con un trapo de rejilla secaba una copa de vidrio muy berreta recientemente lavada.
-¿Que anda pasando Raúl?- a la vez que servía el contenido de la botella. Preguntó más por compromiso que por verdadero interés. El Turco era un tipo muy reservado y de pocas palabras, como un establecimiento de ese tipo lo ameritaba.
-Acá andamos… con problemas de mujeres,- lo sorprendió bastante la pregunta del propietario del lugar, dada la escasa locuacidad del mismo. -y lo que más me preocupan son los pibes. ¿Entendés? Si fuera por mí no hay drama, pero no quiero que los chicos tengan que pasar por este quilombo…son chiquitos todavía, uno tiene seis y la otra nueve.-
Al Turco no le cayó muy bien todo este palabrerío, era un tipo reservado y quería permanecer al margen de la vida personal de los clientes. Aseguraba que esto generaba un tipo de intimidad que terminaba en mangueo. Puso los ojos en blanco en un inequívoco gesto de hastío, al darse cuenta que no le quedaba más opción que quedarse a escuchar toda la historia.

Sin reparos y sin tapujos le contó todo el quilombo que tenía en pocos minutos, Sotello era un tipo directo y no tenía inconvenientes en decir las cosas como realmente eran.
-Soy un boludo- comenzó, a modo introductorio. El cantinero mentalmente compartió el pensamiento con su cliente, pero no dijo nada. Mantuvo un silencio sepulcral, era de escasas palabras el tipo.
-Hace unos cuantos meses me salió un laburo en Navarro.- Hizo una pausa para tomar, y prosiguió. -No sé si sabía que soy albañil, había que levantar un  par de galpones para una cerealera, por lo que teníamos para un tiempo bastante largo. Íbamos y veníamos todos los  días, salvo los miércoles que le pagábamos hasta tarde y nos quedábamos a dormir allá, como unos cuantos éramos de Lobos dormíamos ahí en la obra…la cosa fue así por un tiempo, rutinaria y aburrida, hasta que conocí una maestra de primaria separada. Vivía con el hijo, pero ya era bastante grandecito y estaba acostumbrado a un desfile de machos por la casa. La cosa fue bastante rápida, y a las dos o tres semanas ya tenía donde quedarme a dormir.-
A continuación, a medida que iba bajándose el nuevo vaso de vino, continuó con una exageradamente generosa descripción de la mina. El mozo en cuestión de segundos se dio cuenta que la mujer era un escracho total, pero como siempre no dijo nada.
El tiempo fue corriendo, pero el tipo era vicioso y no supo cuando parar. La supuesta obra en construcción llevaba ya casi seis meses, un tiempo más que prolongado. Siempre la piloteaba con excusas baratas del tipo -Tenemos que hacer unos galpones más-, o -Se complica por el clima, y vamos muy lento-.El asunto era que la mujer de Raúl, Gabriela, también era maestra, -¡Y…viste como son las maestras de chusmas!-. Aparentemente había una amiga y colega que trabajaba acá, en Lobos, pero estaba haciendo las practicas en la vecina ciudad, y no sé como mierda se enteró, pero lo mandó en cana. La mina se lo aseguró y se lo recontra juró a la esposa de Raul, incluso la convenció de ir hasta la obra un martes por la noche para corroborar la existencia de la misma.

-Parece que se fue hasta Navarro nomás, y le preguntó por mí al sereno del galpón en el que habíamos trabajado. El tipo le dijo la verdad, que hacía tiempo habíamos terminado y que ya no trabajaba más allí. ¿Qué me iba a imaginar que ésta loca iba a ir hasta allá?- Agachó la cabeza hasta casi tocar el borde del vaso.

-Recién hace un rato me agarró y me empezó a decir de todo, que era un hijo de puta, que la engañaba, que soy una basura y no sé qué más. No seque hacer. Yo me hice el boludo y me fui a la mierda. Le dije que la amiga le mentía por que estaba caliente conmigo, que me quería levantar. Pero no me creyó ni medio, y tengo miedo por los chicos viste...ellos no tienen la culpa...- No se sabe bien porqué, ni cómo, pero al Turco se le enterneció un poco el alma, era la primera vez que algún tipo de sentimiento se manifestaba en él, en este caso era compasión.
El propietario del lugar se ofreció a ayudarlo, pero exigió completa y absoluta confianza en él. El cliente aceptó sin pensarlo, conciente de que no tenía ninguna otra opción.
-Este miércoles venite acá a la noche, tipo diez cuando cierro, y trae el auto. A tu mujer no le des ninguna explicación.-

La noche en cuestión llegó, y Raúl apareció justo a tiempo. El Turco estaba cerrando la puerta, subió al auto y salieron.
-Mi mujer casi me mató cuando le dije que salía de nuevo. ¡Hasta me tiró con un plato por la cabeza!-Sotello se frotaba la nuca con la mano izquierda mientras manejaba, como si el plato realmente le hubiera pegado.
-Agarrá para Saladillo- fue lo único que dijo en todo el viaje. Permaneció todo el viaje mirando las estrellas a través de la ventanilla.
Una vez en la ciudad, lo hizo circular por unas calles oscuras y extrañas, hasta llegar a una especie de club. Le hizo señas para detenerse y bajaron. Entraron al lugar, y subieron a la segunda planta, donde se erigía una completa y muy surtida sala de juego. Una ruleta, mesas de Black Jack, punto y banca, carreras de caballos y sobre todo varias de truco. El lugar no era demasiado grande, entre las mesas de juego y los apostadores no quedaba espacio libre en lo absoluto, el cielo raso era bastante bajo, y el humo de cigarrillos se amontonaba. Unos ventiladores de techo casi rozaban las cabezas de los que permanecían de pie. La concurrencia no era excesiva, sino todo lo contrario, un  par de docenas de viejos arruinados y deprimentes alcanzaban para poblar el lugar. Hicieron un breve recorrido por el lugar, mientras El Turco lo presentaba con la mayoría de los apostadores.

-Jaime... ¿como andas? ¡Siempre con el whisky en la mano vos eh!- Le dio una fraternal palmada en la espalda, a la vez que el tipo se daba vuelta quitando momentáneamente la vista de sus fichas en la ruleta. Lo reconoció con un gesto de sorpresa, y se volvió prontamente a vigilar el juego.
-Turquito, tanto tiempo...pensé que nos habías abandonado- Hablaba con el pucho agitándose en la comisura de sus labios.

El Turco se apresuró a presentarlo y, como si fuera una especie de código que ya había utilizado varias veces, solo se limitó a comentarle: -Éste es Raúl, viene todos los miércoles a jugar acá. ¿Ok?- Dichas estas frases se alejó del tipo y repitió la operación con otros sujetos de igualmente dudosa reputación. Incluso tuvo exactamente las mismas palabras con el dueño del lugar, conocido simplemente como Tano, adicto al póker. Todos asentían con la cabeza, no decían palabra alguna ni preguntaban absolutamente nada.

Habrán estado cerca de una hora ahí, hasta que el supuesto guía turístico propuso tomar un café en el barcito de la esquina. Al entrar al lugar, Raúl tuvo la sensación de haber estado allí miles de veces, a pesar de no conocerlo siquiera. Era un calco del bar de El Turco en Lobos, el mismo aire de tugurio y el mismo aspecto depresivo. Solo cambiaba la ubicación de los baños. Incluso los pocos clientes presentes se parecían demasiado a los de mi ciudad, bastante arruinados y desalineados. Oscuros, indecentes, indignos, y hasta con una cuota de fracaso grabada en sus espaldas.
Ambos propietarios de bares se saludaron amistosamente, intercambiaron un par de comentarios banales, y El Turco pidió dos ginebras. Mientras apresuraba la suya, le comentó al dueño del lugar con la misma suspicacia que antes: -Raul viene todos los miércoles después de jugar, y se toma un legui-
-No hay drama- Alcanzó a decir el otro tipo, creo que se llamaba Ramón. Tenía todos los años el viejo, y su cara parecía un mapa. Era difícil precisar la edad, pero parecía avanzada, cerca de setenta quizás.
El Turco se tomó la ginebra mía que aun permanecía intacta. Lo hizo como en las películas, de un solo trago, y luego se levantó.
-Pagá- Le dijo, mientras se ponía de pie y enfilaba hacia la salida. Raúl abonó las bebidas, y al salir del lugar, se sorprendió de ver a su compañero esperándolo ya en el auto. Aparentemente no tenía ganas de manejar, y aprovechó el viaje para dormir. Al llegar a Lobos se despertó.
-Escuchá, vas a hacer lo siguiente ahora. El miércoles que viene vas a salir de nuevo, no importa lo que te diga tu mujer, así te quiera matar no le hagas caso. Vos te vas a cualquier lado y volvés bien tarde. Te va a cagar a pedos seguro, y vos ahí le decís que la semana próxima le vas a mostrar la verdad. Le vas a mostrar con quien la estabas engañando.-Ante la mirada estupefacta de Raúl, El Turco siguió explicando.
-Sí, le decís así, entonces la subís al auto y arrancás, no le decís nada. La llevas al salón de juego donde estuvimos hoy, y le decís que con la única que la engañabas era con la timba, que estas enfermo con el juego, pero que vas a empezar a curarte, por ella-. Lo dejó primero al cantinero, y luego prosiguió a su casa. Al llegar su mujer lo estaba esperando despierta, sentada en el sofá y en camisón. No emitió sonido, pero su cara le decía todo.

La siguiente semana fue todo un escándalo directamente, hubo gritos, reproches. Gabriela incluso llegó a tirarle un florero por la cabeza. Amenazó con irse de la casa y llevarse a los hijos con ella. Raúl entonces dio inicio al plan estipulado. Ese miércoles salió solo, fue al puterio del pueblo nomás, y regreso a las tres horas. Transcurrieron los días con un dialogo nulo, e insultos gratuitos que solo mermaban en presencia de los hijos de la pareja.

Llegó el día indicado para la maniobra, y Raúl amenazó con salir nuevamente, ante el esperado reproche de su esposa.
-¿Vos querés saber a donde voy yo todos los miércoles? Bueno, vamos. Yo te voy a mostrar a donde voy.- Con semblante decidido aunque cagado hasta las patas, y haciéndose el ofendido por la poca confianza depositada en él, partieron con rumbo a Saladillo. El viaje fue sin una palabra de por medio, y ni siquiera la radio se encendió. Era una noche estrellada y limpia, pero el frío apremiaba.

Al llegar al salón de juego, bajaron del auto y entraron. Raúl traspiraba de los nervios, como prostituta en la iglesia, pero mantenía su rostro inmutable.
-Buen día Raulito, ¿como anda usted? ¿Viene a repetir la buena racha del miércoles pasado?- Le decía un viejo desconocido a la vez que le daba una fraternal palmada en la espalda.
Todos simulaban ser su amigo desde hacía tiempo, la orquestación funcionaba a la perfección.
- ¿Ves amor? Con la única que puedo engañarte a vos es con la droga del juego. No me animaba a decírtelo porque me daba vergüenza, pero ahora que estuve a punto de perderte voy a dejar el vicio. Vos sos lo único que importa para mí- Intentaba decirlo con la mayor seriedad posible y poniendo cara de sufrido, pero la verdad es que se estaba mordiendo los labios por dentro para no reírse.
Gabriela le pidió disculpas por haber desconfiado injustamente, se dieron un beso y fueron a tomar un café al bar de la esquina. Se sentaron en una mesa cualquiera, ya que estaban todas vacías. El anciano propietario del bar se acercó lentamente a tomar la orden, casi arrastrando los pies.
-Buenassss- dijo el mozo sexagenario, casi hablando para adentro, y se quedó parado esperando la orden.
-Un Legui, como todos los miércoles por favor y una Fanta para la dama.- El corazón se le paralizó por un momento, este viejo de mierda seguro me caga se dijo por dentro. Partió en busca de la orden y al ratito volvió con la bandeja y las bebidas. Mientras las ponía en la mesa, sin prestar la mínima atención, casualmente levanta la vista y estudia el rostro de mi esposa.
-¿Gabriela, que haces acá? No me llamaste más, iba todos los miércoles a visitarte y de un día para el otro me cortaste. No me mandaste ni un mensajito siquiera. ¿No me vas a decir que me cambiaste por éste gil flojo y debilucho? Te extraño Gabi… hasta conseguí el juguetito ése que vos querías, y el disfraz de marinero… Te amo-
Raúl no emitió sonido, no dijo ni una palabra, no porque no tuviera nada que decir, sino porque la situación lo sobrepasó, no pudo ordenar sus pensamientos y transformarlos en un idioma entendible, se imaginaba al viejo decrépito, con su cara de mono, mezcla de Don Ramón y Keith Richards, encima de su esposa. El viaje de vuelta fue un parto, al llegar a Lobos dejó a su mujer en la casa y se fue a dormir a un hotel.

-Pero Raúl, estás siendo un hipócrita, si vos hacías lo mismo, te pagó con la misma moneda, ahora ya está, están a mano- El Turco, siendo extrañamente amigable lo aconsejaba, mientras le servía otra Ginebra a su cliente, que luego él mismo tomaría.
-Ya sé, pero yo no voy a ser cornudo. Puedo ser boludo, forro, me pueden cagar con plata, puedo ser una basura de persona, degenerado, baboso, pero cornudo no. Ya sé que yo también la engañaba, pero es distinto. ¡Yo cornudo no!- prendió un cigarrillo, había dejado hacía años, pero las circunstancias lo hicieron retomar el vicio.
-Pero pensá en los pibes, tus hijos no tienen la culpa- Aparentemente El Turco en el fondo tenía sentimientos.
-Y bueno, mala suerte, ya son grandes, que se las arreglen. Hoy en día es lo más común tener padres separados. Además ya no vivo más en mi casa, yo me fui para tomarnos un respiro y poner las cosas en orden, pero mi adorable esposa enseguida me cambió por el viejo cara de mono. ¡Sí, en serio, el viejo duerme en mi cama ahora! Es el colmo… igual ya hablé con él, lo discutimos muy seriamente como caballeros. Ahora te juro que soy feliz, estoy cumpliendo el sueño de mi juventud, estoy soltero, libre, y encima tengo un bar en Saladillo, se lo cambié al viejo por mi esposa, ahora vivo allá. Ando de novio con una pendejita prostituta que de paso la hago trabajar ahí en la cantina. No sabés lo linda que está, andá un día y te hago precio-

-Menos mal que le molestaba ser cornudo, y ahora anda con una puta- pensó el Turquito para sus adentros, pero sin emitir comentario alguno. -A veces la felicidad se encuentra en esos caminos que uno mismo se negaba a transitar-













sábado, 14 de abril de 2018

El doctor Pink Freud (cuento 2013- corregido)





Estaba el Dr. Zamudio contando otra de sus inverosímiles historias en el bar, cuando me acerqué a la mesa. Me saludaron los parroquianos, para luego continuar con el relato. Afortunadamente recién había comenzado, por lo cual podía llegar a tomar el hilo de la anécdota. Aparentemente se trataba sobre un extraño caso que había tenido, con un joven paciente, de unos seis años de edad. Me llamó la atención, e incluso me pareció poco creíble que atendiera niños en su consultorio, dado que es psiquiatra sin ningún tipo de especialización en esa área, pero decidí darle el beneficio de la duda y seguir creyéndole.

-Sería allá por el año ochenta y cuatro, ochenta y cinco más o menos. Puedo calcular la época por que andaba en el Peugeot 504, y lo compré cerca de ese año. Cero kilómetro, full, asientos de cuero...un maquinón. Verde oliva era el color, con caja de quinta.- Una breve pausa, y la mirada del relator se perdió por un instante en la vidriera, tal vez rememorando el auto que tanto añoraba, o tal vez mirando algún culo que pasara por afuera.

-Bueno, volviendo al tema. Aún puedo ver en mi memoria la desesperación de sus ojos. Esos padres primerizos al borde de las lágrimas, rogándome que los ayudara, y que ayudara a su hijo. Me comentaron que el pobre niño sufría algún tipo de autismo, no de los más graves pero tampoco de los más leves. En ese entonces, este desorden no estaba completamente estudiado y había pocas certezas sobre los tratamientos a seguir. No se sabía mucho del tema. La señora estaba bastante buena, rubia con rulos, tez bastante clara y un buen cuerpo. El tipo por otra parte tenía una reverenda cara de pelotudo a pedal. Muy buenas personas los dos. Concertamos otra cita, pero en la siguiente debían concurrir con Tomasito, el nene en cuestión.-
Alcides se llamaba, lo averigüé luego de un tiempo. En ese entonce solo se lo llamaba como “El doctor”. Cerca de los sesenta, el tipo ya estaba retirado de todo consultorio psicológico y psiquiátrico. Solía darle recreo al secreto profesional dentro de la confianza del bar, y comentar locuras y chusmeríos de los vecinos. Ya estaba jubilado por lo que todo le chupaba un huevo. Éramos cuatro aparte de él en la mesa. El flaco Ramírez, el Tero, Lucho y yo, todos expectantes del relato.

-A la próxima aparecieron con el pendejo. Hablé un par de pavadas con los padres y los saqué afuera. Estando solo con el pibe nos sentamos en el piso a jugar con unos autitos que llevé para la ocasión. Parecía bastante normal en la manera de jugar, solo que no me registraba para nada. Le hablaba y nada, no respondía ni con un gesto siquiera. Si apenas le tocaba el brazo o lo rozaba en lo mas mínimo se ponía inquieto, pero tampoco se desesperaba. Directamente me ignoraba. Transcurrieron así varias sesiones, tal vez siete u ocho meses. Había poco avance pero es normal. Encima yo iba como a la deriva, ya que jamás había tenido un caso similar.-
Tomó un sorbo de café del diminuto pocillo. Noté que el tamaño de los mismos disminuía cada dos o tres años. No solo en el bar de Manuel, sino en todos los lugares en general. Es una vergüenza pagar ocho mangos por un dedal de café, pensé. El doctor y licenciado lo pedía regularmente con una medida de J & B, luego de hacer una especie de fondo blanco con el café ya frío, hacía durar el whisky una media hora aproximadamente. Siempre de impecable saco marrón a cuadritos, y camisa desprendida debajo. Acostumbraba vestir formal, conservando una impronta y una presencia impecable, solo que un poco pasado de moda, pero entendible considerando que ya estaba entrando en los sesenta años de edad.

-Empezaron temprano los calorcitos ese año, por lo que sugerí a los padres que se tomaran un fin de semana en la costa o en algún lugar descampado, como para que se relajaran un poco y a la vez al niño tuviera algo de esparcimiento. Estábamos teniendo sesiones dos o tres veces por semana, la mayoría de ellas ad honoren, estaba intrigado y a la vez emperrado en buscar una solución o una ayuda, ya se había vuelto un desafío personal; pero todos necesitábamos un descanso. Yo me quedé en mi casa con la que en esa época era mi señora, ellos aprovecharon mucho más el receso, fueron a Aguas Verdes, un lugar en la costa de lo más tranquilo y decadente.-

Hizo una pausa para prender un cigarrillo. Pidió fuego a uno de los oyentes, aspiró profundamente mientras una espesa y lechosa nube envolvió su rostro arrugado. Los bigotes canosos pero amarillentos por la nicotina revelaban su adicción. Aclaró su garganta y la aceitó con algo más de whisky. Sostenía el pucho de una forma particular, entre el dedo mayor y el anular, éste elemento en su mano izquierda era el complemento ideal para darle más énfasis y seriedad a los aparatosos gestos que acompañaban su relato, Continuó.

-Al regresar de su viaje, inmediatamente me llamaron a mi casa, en esa época no existía celular, con una emoción desmedida y luego de un par de intentos por hacerse entender a pesar de los llantos, me contaron sobre su excursión. La emoción les impedía expresarse bien luego unos minutos lograron calmarse, y los jóvenes padres narraron detalladamente su travesía. Era domingo a la noche, y a pesar de que me había clavado un vinito con la cena, hice un esfuerzo por seguir el hilo de la noticia que me contaban. El viaje había sido normal, el niño en el asiento de atrás, con la vista perdida en la ventanilla, sin hablar una sola palabra ni expresare de ninguna manera, ni un grito ni un quejido siquiera. Durmió solamente una hora en el interminable viaje de cinco horas en el Fiat 128 turquesa. Al llegar al pueblo, se dirigieron directamente a la playa. Ante la desesperación de la joven pareja, ni bien se detuvieron el niño abrió la puerta y salió corriendo delirante de felicidad, como perro con dos colas. Según ellos en nene había jugado durante horas e incluso había interactuado con sus progenitores de una manera demasiado afectiva para él, llegando incluso al grado de abrazarlos. No era que yo desconfiara de la buena fe de ellos, pero quería comprobarlo yo mismo, quizás sus grandes deseos de ver una mejoría los habían engañado y los hacían ver cosas inexistentes o no tan trascendentales. Les  dije que lo tomaran con calma, que a pesar de haber experimentado ese supuesto cambio drástico el niño estaba lejos de una cura completa y definitiva, pero que todo avance era positivo. Yo quería verlo con mis propios ojos, por lo que pactamos un viaje a la costa todos juntos.-

Alcides dio la última pitada al cigarrillo y lo apagó en el cenicero con enérgicos movimientos. (Me cuesta llamarlo por su nombre de pila, Dr. Zamudio conlleva otra investidura) Casi ni lo fumó, de hecho lo prendió al pedo, pero hay ciertos fumadores que disfrutan el solo hecho de sostenerlo en sus dedos, por costumbre, se sienten como desnudos, o no saben qué hacer con las manos si no sostienen a su incondicional amigo en brazas. Se rascó el bigote, y se pasó la mano por sobre el canoso y engominado pelo canoso. Lo tenía extremadamente blanco, y el gel berreta que usaba (o tal vez las grandes cantidades del mismo) le producía una desagradable y cuantiosa caspa, parte de la cual cayó como copos de nieve sobre los hombros del ruinoso saco a cuadros, estilo príncipe de Gales.

-Tuve una sesión con el niño antes de la excursión costera, sinceramente no note ninguna mejoría, ni se dio cuenta que estaba conmigo, pero ante la insistencia de la pareja acepté viajar. Fuimos en mi auto, salimos bien temprano la mañana del sábado para llegar a la tarde y aprovechar el día en la playa. A eso del medio día estábamos allá. Dejamos las cosas en el departamento que habían alquilado y fuimos directo a la orilla del mar. La reacción de Tomasito fue tal cual me habían dicho ellos. Juro por Dios que no lo podía creer.- Agitaba la mano enérgicamente, sosteniendo el vaso de whiskey en su mano derecha, con los tintineantes trozos de hielo sin que una sola gota se derramara. -¡El pendejo salió corriendo como gato quemado, se metió en el agua y no salió como por cinco horas! No lo podía entender. El domingo arrancamos el día de playa desde temprano. Le compré un barrenador de telgopor al niño para que juegue con las olas, y de paso usarlo como excusa para poder meterme a jugar con él en ése extrañamente calmo mar. Paramos solo para almorzar y merendar, luego estuvimos horas y horas en el agua. Ya cerca del amanecer, el sol caía y la marea crecía. Quedamos exhaustos los dos y nos sentamos en la arena húmeda observando el paisaje. Los dos ahí tendidos, frente a la inmensidad del mar y el hipnótico sonido de las olas, era el momento perfecto para retomar la terapia. Sin quitar los ojos del horizonte le pregunté si realmente sabía lo que le pasaba. No esperaba respuesta alguna en realidad, por lo que la sorpresa fue mayor al oírlo. Giro lentamente la cabeza para poder mirarme. Con la voz más suave y tranquila imaginable, pero a la vez con la precisión de un hombre adulto y sabio me dijo algo más o menos así: -mire doctor, yo sé que ustedes creen que soy autista, y tal vez lo sea en alguna medida. También sé que tengo una inteligencia superior a lo que corresponde a mi edad, pero yo estoy bien, no se preocupen por mí.-

Me quedé paralizado, fue una mezcla de temor, de sorpresa y hasta de vergüenza. No se, pero fue de lo mas sorprendente que me haya pasado. Pasaron unos segundos o tal vez algunos minutos no lo recuerdo, permanecí mudo, no sabía que contestarle a esa persona adulta dentro del niño. -Escuchame nene, ¿Por qué entonces no te comportas como todo chico? ¿O por que tenés problemas para relacionarte si sos tan inteligente? ¿Qué tiene el mar que te deja liberarte?- El pibe la tenía re clara. ¿Sabés lo que me contestó? Me dijo algo así:
-Es que a mí no me interesa relacionarme con nadie, entiende. Que el ser humano es un ser social y que no puede vivir aislado de la sociedad es mentira, es un invento de la modernidad que intenta bombardear nuestra vida a través de los medios de comunicación. Yo disfruto estando aquí, siento que Aguas Verdes es mi lugar en el mundo, ¿Entonces porqué debo mantener una vida en la cual soy infeliz? No me interesa nada más que el mar, porque sólo aquí soy yo, soy libre.-

Me quedé literalmente con la boca abierta, no sabía que decirle al pendejo. ¿Que cuando uno llega a la adultez debe vivir sometido una vida socialmente aceptable y preestablecida, aunque no es la que uno quiera? ¿Qué es de gente seria y grande trabajar todo el día como esclavo, vivir en un lugar contaminado de mierda y encima no disfrutar ni un segundo de paz? Era muy cruel decirle que la felicidad era un cuento de niños, que en realidad no existe, que solo pasa en las películas.- Alcides Zamudio estaba al borde de la silla, apoyando los codos en la mesa. A pesar de haber contado varias veces la anécdota todavía se posesionaba y tensaba al punto de emocionarse de la forma más profunda.

Ante el silencio atónito que el doctor dijo mantener frente a las declaraciones del niño, éste reafirmó su postulado. -¿Acaso usted no tenía sueños en su infancia? ¿O un lugar en el que simplemente fuera feliz sin la necesidad de nada ni de nadie más? Tal vez un rincón de la plaza, una calesita, o simplemente la cima de un árbol al cual trepaba. No creo que sea necesario abandonarlos- Pobre niño tonto pensó el psicólogo, no sabe lo que le espera en la vida, cuantas desilusiones tendrá por delante.

-Hice un pacto con el infante para que tratara de ser más sociable, en especial con su familia, a cambio yo debía convencer a sus padres de mudarse a Aguas Verdes. Nunca lo volví a ver al pibe, ya debe ser todo un hombre. Yo por mi parte tomé parte de la enseñanza del pibe sobre no abandonar los sueños de niño, y aprendí a tocar la guitarra. Junto con otros dos médicos del pabellón psiquiátrico del hospital formamos una banda de rock, “Pink Freud”. Pero hubo problemas entre nosotros, ellos eran lacaanianos y yo freudiano.-

Se recostó en la silla al terminar la oración, mirando hacia el ventilador de techo del bar. Parecía estar aliviado de sacarse la anécdota de encima. Prendió un segundo cigarrillo, pero esta vez con una expresión de placer como si hubiera finalizado de hacer el amor.

Reinó el silencio en la mesa, y por un par de segundos todos pensamos y recordamos esos deseos de temprana edad, esos anhelos más básicos y esenciales, esos sueños inconclusos de la niñez; pero hubo un gol de Chacarita en el televisor que nos hizo volver a la horrenda realidad.



miércoles, 11 de abril de 2018

el correcaminos es muy hijo de puta

No era un lugar demasiado placentero pero no había opción, era una construcción antigua de fines del siglo XIX, bastante derruida pero recientemente blanqueadas sus paredes con cal. Estaba ubicado en medio de un gran parque, por lo que los internos podían pasear y relajarse debajo de las frondosas sombras de los árboles antiguos. Uribelarrea es un pequeño pueblo tan pintoresco y simple como cualquier otro, con la única particularidad de contar con un hospital neurosiquiátrico en su trazado urbano. Varios de los internados (los inofensivos) suelen verse circulando por las calles o sentados en la plazoleta central tomando mate, algo a lo que la mayoría de los pueblerinos están ya acostumbrados.
El señor Alcides Zamudio debía realizar allí sus prácticas de tercer año de la carrera de siquiatría, durante las cuales debía estudiar algunos casos particulares y luego elevar informes sobre la medicación que recibían, sus recomendaciones, etc. Sería allá por el año setenta y pico, el doctor tenía por ese entonces pelo largo y castaño, y una barba candado que lo hacía parecerse levemente a Chuck Norris. Había muchos internados de entre los cuales debía elegir para estudiar, pero fue uno en particular que llamó su atención, lo encontró el primer día mirando los dibujos animados  del Coyote y el Correcaminos, mientras tomaba notas en un cuaderno. Esto le llamó la atención, por lo que le solicitó la historia médica al rector de la institución. Los datos que figuraban en la carpeta eran bastante escuetos, nombre: Carlos Virgilio Torres, edad: 46 años, Divorciado, y muchísima información sobre la medicación que fue recibiendo a través de los cinco años que llevaba internado. La mayor parte de lo que averiguó sobre la vida de Torres lo hizo mediante los enfermeros, que dicho sea de paso eran bastante chusmas. El tipo vivió siempre en capital, era ingeniero naval y trabajó en la marina por casi dos décadas. Nunca había tenido episodio alguno de demencia hasta que encontró a su esposa con otro tipo en la cama, en ese momento tuvo un crisis de nervios.  Se fue corriendo de su casa y deambulo varios días hasta que finalmente lo encontraron delirando, caminando perdido por el medio de una avenida. Desde ese instante no recupero nunca su cordura, ni su esposa ni sus tres hijos pudieron hacerlo volver a ser el mismo de antes. Su mujer tramitó el divorcio al año siguiente.
Las practicas eran dos veces por semana, por lo que recién al otro lunes pudo abordarlo y tener una primera entrevista con él. Estaba sentado frente a la televisión, Zamudio tomó una silla y se sentó a su lado, el Coyote estaba intentando atrapar al Correcaminos con un carrito de propulsión a chorro marca Acme, al cual se le salieron las ruedas al cruzar una vía de trenes.
- Noooo querido, fíjate vos lo que hace este pibe, como no va a ponerle unos bulones de doble fijación a las ruedas. Además tiene que llevar unos rulemanes de por lo menos cuatro pulgadas, así no lo va a agarrar nunca al pájaro ese.- Inmediatamente después anotó unas cosas en su cuaderno.
Recién cuando terminó el episodio Zamudio le pudo dirigir la palabra al interno, antes no le hubiera prestado atención. Hablaron un rato de cosas intrascendentes mientras el practicante simulaba interés, como para ganarse algo de confianza, al rato de charla el señor Torres ya estaba invitándolo a su habitación para mostrarle sus apuntes.
Zamudio no podía creer lo que veía cuando entro a la habitación, estaba repleta de planos pegados en las paredes, eran de inventos destinados a atrapar al correcaminos. En uno de ellos podía verse una motocicleta con unas pinzas enormes en la parte delantera para sujetar al ave en caso de alcanzarlo, en otro había una especie de guillotina gigante, y más allá uno con una red para ser arrojada mediante un cañón. Decenas de diagramas con números y fórmulas matemáticas para calcular las fuerzas G de un péndulo gigante, el peso y la masa. La de Uribelarrea es una institución mental de reclusión con una política bastante laxa respecto a los internos más saludables, así como algunos pueden salir a la calle o incluso trabajar, también a otros se les permite ingresar objetos personales varios con la idea de hacerles más fácil el paso por aquella fase, es por ello que Torres tenía en la habitación un banco de dibujo, reglas, escuadras, lápices y bolígrafos. Una vez que Zamudio se retiró y lo dejó solo, el loco con las notas que había tomado comenzó los planos de un yunque gigante que cayera sobre una caja de alimento para aves.
Mensualmente Torres intentaba enviar algunos de los planos a los creadores de los dibujos animados con la idea de que tomaran algunas de sus sugerencias, y digo intentar porque éstas no eran llevadas al correo por el jefe de la institución, tal vez principalmente porque los sobres iban dirigidos a “Sr Coyote”.
Ya habían pasado un semestre y era una de las últimas veces que el practicante iba a la institución mental, ya había redactado los informes sobre cuatro internados por lo que decidió prestarle un poco más de atención a Torres. Lo buscó y estaba allí, frente a la televisión como siempre, mirando sus dibujos animados favoritos, y anotando todo en su cuaderno. Zamudio, movido mitad por la curiosidad y mitad por el aburrimiento se acercó al loco en cuestión y lo indagó acerca del motivo de tal fanatismo por la caricatura, intentando entrever ese hilo de cordura que los locos suelen hilvanar para tejer sus telarañas de insensatez. Los insanos suelen justificar inconscientemente sus actos irracionales mediante pequeñas partes de coherencia que mantienen como un andamio sus ficciones. Van modificando la realidad para darle sostén lógico a lo que su cerebro, y el resto de las personas, reconocen como anormal.
- ¿Nunca se puso a pensar usted, que con la guita que gasta el Coyote en productos marca Acme, le sería mucho más fácil comprar directamente la comida en un supermercado, o pedirla en una rotisería, o tal vez ir a comer a un restaurant?- El señor Torres hablaba gesticulando demasiado pero sin llegar a ser extraño, lo hacía sin quitar los ojos de la televisión ni soltar el bolígrafo y el anotador.
- Tiene usted razón.- Reconoció Zamudio, que jamás se había detenido a pensar en tal cosa.  –Quizás carecía de dinero.-
- Si no tenía plata, ¿cómo era que podía comprar tantas cosas? ¿Acaso emitía cheques en blanco, o tenía tarjetas de crédito? ¿Qué banco supone usted que le abriría una cuenta a un animal salvaje? Habría que estar loco para hacer tal cosa. Imagínese un Coyote con una Visa, y un lobo con una Master Card.- El loco reía, y el tono de su voz había subido.
- Bueno si, realmente tiene usted un buen argumento allí, pero entonces… ¿Por qué motivo es que lo fascina tanto esta caricatura, siendo que le encuentra usted tantos defectos?- Había dicho cada palabra detalladamente y eligiéndolas una por una, tomando la precaución de no ofender de ningún modo al interno.
- ¿No se da cuenta caso usted, que esos dibujos animados no son más que una metáfora de la vida?- Torres estaba ya de pie, casi gritando, mientras agitaba los brazos en alto.-El coyote pudiendo tener cualquier cosa o comer lo que se le ocurra, gasta todo su dinero en atrapar a ese Correcaminos. Igual que el ser humano siempre desea lo que está fuera de su alcance. Eternamente el hombre anhela aquello que no puede tener, lo que le es esquivo o inalcanzable,  por eso en lugar de explorar por ejemplo los océanos que están a un paso de distancia se gastaron miles de millones en alcanzar la luna, para luego viajar solo una o dos veces y abandonarla. Una vez que es conquistado ese objeto increíble, pierde interés y es reemplazado por otro aún más lejano.- El demente estaba ya parándose sobre la mesa, vociferando a los cuatro vientos.- Los varones del mundo morían por Marilyn Monroe pero todos los que la tuvieron la dejaron ir, una vez conquistado el Monte Everest ya deja de ser atractivo escalarlo.- Hizo una pausa mientras recapitulaba su discurso mentalmente, luego continuó más envalentonado. –La sociedad capitalista no cesa de crear objetos totémicos que son codiciados por millones de personas, siendo un par de meses después reemplazados por otros que hacen delirar a los idiotas consumistas. Se babean los estúpidos mirando las revistas, viendo los últimos televisores a color, o el nuevo modelo del Falcon, pero la providencia nos depara las más intrincadas ironías, y se encarga de demostrar lo equivocado de nuestros deseos. ¿Nunca vio esos burros, que para que caminen le atan una zanahoria con un palo frente a sus ojos?, el hombre es exactamente igual. El coyote pudiendo poseer cualquier cosa, gasta todo su dinero, su esfuerzo y su vida en atrapar a ese pajarraco maldito, al igual que el ser humano que siempre desea lo que está fuera de su alcance, y derrocha su existencia persiguiendo un ideal de inexistente. ¡Es una perfecta analogía! - Terminó el programa y el señor Torres saltaba de mesa en mesa gritando en un frenesí filosófico. Por la puerta entraron tres enfermeros con un chaleco de fuerza, quienes con mucha habilidad lograron bajarlo. Mientras se lo llevaban por un pasillo a la sala de duchas, se oía al loco gritar. – ¡El destino es como el Correcaminos, es muy hijo de puta, no lo olvide!
Zamudio se fue en colectivo y jamás volvió a Uribelarrea, su último día de práctica había terminado. Durante el viaje de regreso se fue pensando en cuanto deseaba un Mercedes Benz.

domingo, 1 de abril de 2018

Objetivo dos: terminar mi segunda novela para este año, y en lo posible publicarla


Estimados amigos: aprovecho este día feriado, dentro de lo que mis obligaciones laborales me lo permiten, para actualizar el blog y retomar el contacto con ustedes. En principio, les comento que pueden contactarse conmigo vía Facebook o Instagram, simplemente escribiendo mi nombre, o bien por mail a la siguiente casilla: juantopo_mc@hotmail.com

Cabe mencionar que continúo escribiendo, y aún me llegan reseñas o comentarios de mi última publicación, "Las dos muertes del General" (2017). Aunque no me agrada medir la repercusión en términos de ventas o tirada de ejemplares, me encuentro satisfecho de que el libro haya llegado a la Costa Atlántica, e inclusive a Estados Unidos. Sin lugar a dudas, un estímulo más para seguir adelante. Agradezco a mi hermano Patricio que hace posible la difusión de las actividades que periódicamente voy llevando a cabo en mi modesta trayectoria literaria. 

Tengo "en carpeta" una nueva novela, pero como es de público conocimiento, los costos que implica publicar, suelen ser poco alentadores en términos económicos. A su vez, debo percatarme de ello porque no puedo ofrecerle al lector un libro a un valor excesivamente alto para afrontar los costos que me demandó imprimirlo. El hecho de obtener un  subsidio, como lo he recibido en la anterior oportunidad,  seguramente permitirá que las cosas se hagan más fáciles. Por el momento, sigo escribiendo. Les hago saber que este blog ha sido rediseñado, con un estilo más despojado y minimalista, pensando en los celulares y tablets. Es mi intención ir subiendo material con más frecuencia, entre ellos, viejos textos que formaron parte de mi libros y que nunca está de más hacerles una revisión o corrección. 

Un abrazo a todos, y nos estaremos viendo dentro de poco tiempo. 

Mariano.