Estaba el Dr. Zamudio contando
otra de sus inverosímiles historias en el bar, cuando me acerqué a la mesa. Me
saludaron los parroquianos, para luego continuar con el relato. Afortunadamente
recién había comenzado, por lo cual podía llegar a tomar el hilo de la anécdota.
Aparentemente se trataba sobre un extraño caso que había tenido, con un joven
paciente, de unos seis años de edad. Me llamó la atención, e incluso me pareció
poco creíble que atendiera niños en su consultorio, dado que es psiquiatra sin
ningún tipo de especialización en esa área, pero decidí darle el beneficio de
la duda y seguir creyéndole.
-Sería allá por el año ochenta y
cuatro, ochenta y cinco más o menos. Puedo calcular la época por que andaba en
el Peugeot 504, y lo compré cerca de ese año. Cero kilómetro, full, asientos de
cuero...un maquinón. Verde oliva era el color, con caja de quinta.- Una breve
pausa, y la mirada del relator se perdió por un instante en la vidriera, tal
vez rememorando el auto que tanto añoraba, o tal vez mirando algún culo que
pasara por afuera.
-Bueno, volviendo al tema. Aún
puedo ver en mi memoria la desesperación de sus ojos. Esos padres primerizos al
borde de las lágrimas, rogándome que los ayudara, y que ayudara a su hijo. Me
comentaron que el pobre niño sufría algún tipo de autismo, no de los más graves
pero tampoco de los más leves. En ese entonces, este desorden no estaba
completamente estudiado y había pocas certezas sobre los tratamientos a seguir.
No se sabía mucho del tema. La señora estaba bastante buena, rubia con rulos,
tez bastante clara y un buen cuerpo. El tipo por otra parte tenía una reverenda
cara de pelotudo a pedal. Muy buenas personas los dos. Concertamos otra cita,
pero en la siguiente debían concurrir con Tomasito, el nene en cuestión.-
Alcides se llamaba, lo averigüé
luego de un tiempo. En ese entonce solo se lo llamaba como “El doctor”. Cerca
de los sesenta, el tipo ya estaba retirado de todo consultorio psicológico y
psiquiátrico. Solía darle recreo al secreto profesional dentro de la confianza
del bar, y comentar locuras y chusmeríos de los vecinos. Ya estaba jubilado por
lo que todo le chupaba un huevo. Éramos cuatro aparte de él en la mesa. El
flaco Ramírez, el Tero, Lucho y yo, todos expectantes del relato.
-A la próxima aparecieron con el
pendejo. Hablé un par de pavadas con los padres y los saqué afuera. Estando
solo con el pibe nos sentamos en el piso a jugar con unos autitos que llevé
para la ocasión. Parecía bastante normal en la manera de jugar, solo que no me
registraba para nada. Le hablaba y nada, no respondía ni con un gesto siquiera.
Si apenas le tocaba el brazo o lo rozaba en lo mas mínimo se ponía inquieto,
pero tampoco se desesperaba. Directamente me ignoraba. Transcurrieron así
varias sesiones, tal vez siete u ocho meses. Había poco avance pero es normal.
Encima yo iba como a la deriva, ya que jamás había tenido un caso similar.-
Tomó un sorbo de café del
diminuto pocillo. Noté que el tamaño de los mismos disminuía cada dos o tres
años. No solo en el bar de Manuel, sino en todos los lugares en general. Es una
vergüenza pagar ocho mangos por un dedal de café, pensé. El doctor y licenciado
lo pedía regularmente con una medida de J & B, luego de hacer una especie de fondo
blanco con el café ya frío, hacía durar el whisky una media hora aproximadamente.
Siempre de impecable saco marrón a cuadritos, y camisa desprendida debajo.
Acostumbraba vestir formal, conservando una impronta y una presencia impecable,
solo que un poco pasado de moda, pero entendible considerando que ya estaba
entrando en los sesenta años de edad.
-Empezaron temprano los
calorcitos ese año, por lo que sugerí a los padres que se tomaran un fin de
semana en la costa o en algún lugar descampado, como para que se relajaran un
poco y a la vez al niño tuviera algo de esparcimiento. Estábamos teniendo
sesiones dos o tres veces por semana, la mayoría de ellas ad honoren, estaba
intrigado y a la vez emperrado en buscar una solución o una ayuda, ya se había
vuelto un desafío personal; pero todos necesitábamos un descanso. Yo me quedé en
mi casa con la que en esa época era mi señora, ellos aprovecharon mucho más el
receso, fueron a Aguas Verdes, un lugar en la costa de lo más tranquilo y
decadente.-
Hizo una pausa para prender un
cigarrillo. Pidió fuego a uno de los oyentes, aspiró profundamente mientras una
espesa y lechosa nube envolvió su rostro arrugado. Los bigotes canosos pero
amarillentos por la nicotina revelaban su adicción. Aclaró su garganta y la
aceitó con algo más de whisky. Sostenía el pucho de una forma particular, entre
el dedo mayor y el anular, éste elemento en su mano izquierda era el
complemento ideal para darle más énfasis y seriedad a los aparatosos gestos que
acompañaban su relato, Continuó.
-Al regresar de su viaje,
inmediatamente me llamaron a mi casa, en esa época no existía celular, con una
emoción desmedida y luego de un par de intentos por hacerse entender a pesar de
los llantos, me contaron sobre su excursión. La emoción les impedía expresarse
bien luego unos minutos lograron calmarse, y los jóvenes padres narraron
detalladamente su travesía. Era domingo a la noche, y a pesar de que me había
clavado un vinito con la cena, hice un esfuerzo por seguir el hilo de la
noticia que me contaban. El viaje había sido normal, el niño en el asiento de
atrás, con la vista perdida en la ventanilla, sin hablar una sola palabra ni
expresare de ninguna manera, ni un grito ni un quejido siquiera. Durmió
solamente una hora en el interminable viaje de cinco horas en el Fiat 128
turquesa. Al llegar al pueblo, se dirigieron directamente a la playa. Ante la
desesperación de la joven pareja, ni bien se detuvieron el niño abrió la puerta
y salió corriendo delirante de felicidad, como perro con dos colas. Según ellos
en nene había jugado durante horas e incluso había interactuado con sus
progenitores de una manera demasiado afectiva para él, llegando incluso al
grado de abrazarlos. No era que yo desconfiara de la buena fe de ellos, pero
quería comprobarlo yo mismo, quizás sus grandes deseos de ver una mejoría los
habían engañado y los hacían ver cosas inexistentes o no tan trascendentales.
Les dije que lo tomaran con calma, que a
pesar de haber experimentado ese supuesto cambio drástico el niño estaba lejos
de una cura completa y definitiva, pero que todo avance era positivo. Yo quería
verlo con mis propios ojos, por lo que pactamos un viaje a la costa todos
juntos.-
Alcides dio la última pitada al
cigarrillo y lo apagó en el cenicero con enérgicos movimientos. (Me cuesta
llamarlo por su nombre de pila, Dr. Zamudio conlleva otra investidura) Casi ni
lo fumó, de hecho lo prendió al pedo, pero hay ciertos fumadores que disfrutan
el solo hecho de sostenerlo en sus dedos, por costumbre, se sienten como
desnudos, o no saben qué hacer con las manos si no sostienen a su incondicional
amigo en brazas. Se rascó el bigote, y se pasó la mano por sobre el canoso y
engominado pelo canoso. Lo tenía extremadamente blanco, y el gel berreta que
usaba (o tal vez las grandes cantidades del mismo) le producía una desagradable
y cuantiosa caspa, parte de la cual cayó como copos de nieve sobre los hombros
del ruinoso saco a cuadros, estilo príncipe de Gales.
-Tuve una sesión con el niño
antes de la excursión costera, sinceramente no note ninguna mejoría, ni se dio
cuenta que estaba conmigo, pero ante la insistencia de la pareja acepté viajar.
Fuimos en mi auto, salimos bien temprano la mañana del sábado para llegar a la
tarde y aprovechar el día en la playa. A eso del medio día estábamos allá.
Dejamos las cosas en el departamento que habían alquilado y fuimos directo a la
orilla del mar. La reacción de Tomasito fue tal cual me habían dicho ellos.
Juro por Dios que no lo podía creer.- Agitaba la mano enérgicamente,
sosteniendo el vaso de whiskey en su mano derecha, con los tintineantes trozos
de hielo sin que una sola gota se derramara. -¡El pendejo salió corriendo como
gato quemado, se metió en el agua y no salió como por cinco horas! No lo podía
entender. El domingo arrancamos el día de playa desde temprano. Le compré un
barrenador de telgopor al niño para que juegue con las olas, y de paso usarlo
como excusa para poder meterme a jugar con él en ése extrañamente calmo mar.
Paramos solo para almorzar y merendar, luego estuvimos horas y horas en el
agua. Ya cerca del amanecer, el sol caía y la marea crecía. Quedamos exhaustos
los dos y nos sentamos en la arena húmeda observando el paisaje. Los dos ahí
tendidos, frente a la inmensidad del mar y el hipnótico sonido de las olas, era
el momento perfecto para retomar la terapia. Sin quitar los ojos del horizonte
le pregunté si realmente sabía lo que le pasaba. No esperaba respuesta alguna
en realidad, por lo que la sorpresa fue mayor al oírlo. Giro lentamente la
cabeza para poder mirarme. Con la voz más suave y tranquila imaginable, pero a
la vez con la precisión de un hombre adulto y sabio me dijo algo más o menos
así: -mire doctor, yo sé que ustedes creen que soy autista, y tal vez lo sea en
alguna medida. También sé que tengo una inteligencia superior a lo que
corresponde a mi edad, pero yo estoy bien, no se preocupen por mí.-
Me quedé paralizado, fue una
mezcla de temor, de sorpresa y hasta de vergüenza. No se, pero fue de lo mas
sorprendente que me haya pasado. Pasaron unos segundos o tal vez algunos
minutos no lo recuerdo, permanecí mudo, no sabía que contestarle a esa persona
adulta dentro del niño. -Escuchame nene, ¿Por qué entonces no te comportas como
todo chico? ¿O por que tenés problemas para relacionarte si sos tan
inteligente? ¿Qué tiene el mar que te deja liberarte?- El pibe la tenía re
clara. ¿Sabés lo que me contestó? Me dijo algo así:
-Es que a mí no me interesa
relacionarme con nadie, entiende. Que el ser humano es un ser social y que no
puede vivir aislado de la sociedad es mentira, es un invento de la modernidad
que intenta bombardear nuestra vida a través de los medios de comunicación. Yo
disfruto estando aquí, siento que Aguas Verdes es mi lugar en el mundo,
¿Entonces porqué debo mantener una vida en la cual soy infeliz? No me interesa
nada más que el mar, porque sólo aquí soy yo, soy libre.-
Me quedé literalmente con la boca
abierta, no sabía que decirle al pendejo. ¿Que cuando uno llega a la adultez debe
vivir sometido una vida socialmente aceptable y preestablecida, aunque no es la
que uno quiera? ¿Qué es de gente seria y grande trabajar todo el día como
esclavo, vivir en un lugar contaminado de mierda y encima no disfrutar ni un
segundo de paz? Era muy cruel decirle que la felicidad era un cuento de niños,
que en realidad no existe, que solo pasa en las películas.- Alcides Zamudio
estaba al borde de la silla, apoyando los codos en la mesa. A pesar de haber
contado varias veces la anécdota todavía se posesionaba y tensaba al punto de
emocionarse de la forma más profunda.
Ante el silencio atónito que el
doctor dijo mantener frente a las declaraciones del niño, éste reafirmó su
postulado. -¿Acaso usted no tenía sueños en su infancia? ¿O un lugar en el que
simplemente fuera feliz sin la necesidad de nada ni de nadie más? Tal vez un
rincón de la plaza, una calesita, o simplemente la cima de un árbol al cual
trepaba. No creo que sea necesario abandonarlos- Pobre niño tonto pensó el
psicólogo, no sabe lo que le espera en la vida, cuantas desilusiones tendrá por
delante.
-Hice un pacto con el infante
para que tratara de ser más sociable, en especial con su familia, a cambio yo
debía convencer a sus padres de mudarse a Aguas Verdes. Nunca lo volví a ver al
pibe, ya debe ser todo un hombre. Yo por mi parte tomé parte de la enseñanza
del pibe sobre no abandonar los sueños de niño, y aprendí a tocar la guitarra.
Junto con otros dos médicos del pabellón psiquiátrico del hospital formamos una
banda de rock, “Pink Freud”. Pero hubo problemas entre nosotros, ellos eran
lacaanianos y yo freudiano.-
Se recostó en la silla al
terminar la oración, mirando hacia el ventilador de techo del bar. Parecía
estar aliviado de sacarse la anécdota de encima. Prendió un segundo cigarrillo,
pero esta vez con una expresión de placer como si hubiera finalizado de hacer
el amor.
Reinó el silencio en la mesa, y
por un par de segundos todos pensamos y recordamos esos deseos de temprana
edad, esos anhelos más básicos y esenciales, esos sueños inconclusos de la
niñez; pero hubo un gol de Chacarita en el televisor que nos hizo volver a la
horrenda realidad.
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