Era el atardecer de un martes,
cuatro de agosto para ser más precisos. Estaba bastante nublado y frío afuera,
pero adentro del barcito del Turco la temperatura no variaba jamás. El espeso
cortinado también impedía cualquier tipo de visión con, y desde el exterior.
Bastante tétrico el lugar, solo iluminado por un par de tubos fluorescentes
colgados de un extremadamente alto cielo raso, al estilo de las viejas
contracciones de principios de siglo, como lo era este inmueble. Dos
ventiladores de techo allá en las alturas, sostenidos del machimbre pintado marrón obscuro, giraban
lentamente haciendo circular el humo acumulado en lugar de refrescar. El bar
del Turco era el único de la pequeña ciudad que ignoraba por completo la ley
anti tabaco, casi orgullosamente. El doctor Zamudio yacía sentado solitario en
la mesa junto a la ventana disfrutando de un Criadores, mientras ojeaba el
suplemento económico del Clarín. Siempre utilizaba la misma ubicación, y era
muy común ver clientes del bar hacerse atender en esa misma mesa por la módica
suma de un Whisky importado. Un antiguo televisor colgado de un soporte a la
pared del fondo, aportaba la única cuota de color y vida al lugar. El volumen
estaba en cero, pero se veían imágenes de carreras de caballos y largas listas
de posiciones.
Raúl Sotello, sentado en la
banqueta de la barra miraba fijamente el vaso de vino blanco con jugo de
naranja. Ya se había tomado cuatro, e iba camino al quinto. El hielo tintineó
cuando apuró el líquido dentro de sus fauces. Depositó el recipiente vacío
sobre la barra, y golpeando con el dedo índice sobre el borde del vaso, pidió
otro. El Turco, dueño y único mozo se las arregló para verlo a pesar de estar
en el otro extremo del mostrador, con esa especial percepción que solo tienen
los verdaderos mozos de profesión. Se acercó con paso silencioso, mientras con
un trapo de rejilla secaba una copa de vidrio muy berreta recientemente lavada.
-¿Que anda pasando Raúl?- a la
vez que servía el contenido de la botella. Preguntó más por compromiso que por
verdadero interés. El Turco era un tipo muy reservado y de pocas palabras, como
un establecimiento de ese tipo lo ameritaba.
-Acá andamos… con problemas de
mujeres,- lo sorprendió bastante la pregunta del propietario del lugar, dada la
escasa locuacidad del mismo. -y lo que más me preocupan son los pibes.
¿Entendés? Si fuera por mí no hay drama, pero no quiero que los chicos tengan
que pasar por este quilombo…son chiquitos todavía, uno tiene seis y la otra
nueve.-
Al Turco no le cayó muy bien todo
este palabrerío, era un tipo reservado y quería permanecer al margen de la vida
personal de los clientes. Aseguraba que esto generaba un tipo de intimidad que
terminaba en mangueo. Puso los ojos en blanco en un inequívoco gesto de hastío,
al darse cuenta que no le quedaba más opción que quedarse a escuchar toda la
historia.
Sin reparos y sin tapujos le
contó todo el quilombo que tenía en pocos minutos, Sotello era un tipo directo
y no tenía inconvenientes en decir las cosas como realmente eran.
-Soy un boludo- comenzó, a modo
introductorio. El cantinero mentalmente compartió el pensamiento con su
cliente, pero no dijo nada. Mantuvo un silencio sepulcral, era de escasas
palabras el tipo.
-Hace unos cuantos meses me salió
un laburo en Navarro.- Hizo una pausa para tomar, y prosiguió. -No sé si sabía
que soy albañil, había que levantar un
par de galpones para una cerealera, por lo que teníamos para un tiempo
bastante largo. Íbamos y veníamos todos los
días, salvo los miércoles que le pagábamos hasta tarde y nos quedábamos
a dormir allá, como unos cuantos éramos de Lobos dormíamos ahí en la obra…la
cosa fue así por un tiempo, rutinaria y aburrida, hasta que conocí una maestra
de primaria separada. Vivía con el hijo, pero ya era bastante grandecito y
estaba acostumbrado a un desfile de machos por la casa. La cosa fue bastante
rápida, y a las dos o tres semanas ya tenía donde quedarme a dormir.-
A continuación, a medida que iba
bajándose el nuevo vaso de vino, continuó con una exageradamente generosa
descripción de la mina. El mozo en cuestión de segundos se dio cuenta que la
mujer era un escracho total, pero como siempre no dijo nada.
El tiempo fue corriendo, pero el
tipo era vicioso y no supo cuando parar. La supuesta obra en construcción
llevaba ya casi seis meses, un tiempo más que prolongado. Siempre la piloteaba
con excusas baratas del tipo -Tenemos que hacer unos galpones más-, o -Se
complica por el clima, y vamos muy lento-.El asunto era que la mujer de Raúl,
Gabriela, también era maestra, -¡Y…viste como son las maestras de chusmas!-.
Aparentemente había una amiga y colega que trabajaba acá, en Lobos, pero estaba
haciendo las practicas en la vecina ciudad, y no sé como mierda se enteró, pero
lo mandó en cana. La mina se lo aseguró y se lo recontra juró a la esposa de
Raul, incluso la convenció de ir hasta la obra un martes por la noche para
corroborar la existencia de la misma.
-Parece que se fue hasta Navarro
nomás, y le preguntó por mí al sereno del galpón en el que habíamos trabajado.
El tipo le dijo la verdad, que hacía tiempo habíamos terminado y que ya no
trabajaba más allí. ¿Qué me iba a imaginar que ésta loca iba a ir hasta allá?-
Agachó la cabeza hasta casi tocar el borde del vaso.
-Recién hace un rato me agarró y
me empezó a decir de todo, que era un hijo de puta, que la engañaba, que soy
una basura y no sé qué más. No seque hacer. Yo me hice el boludo y me fui a la
mierda. Le dije que la amiga le mentía por que estaba caliente conmigo, que me
quería levantar. Pero no me creyó ni medio, y tengo miedo por los chicos
viste...ellos no tienen la culpa...- No se sabe bien porqué, ni cómo, pero al
Turco se le enterneció un poco el alma, era la primera vez que algún tipo de
sentimiento se manifestaba en él, en este caso era compasión.
El propietario del lugar se
ofreció a ayudarlo, pero exigió completa y absoluta confianza en él. El cliente
aceptó sin pensarlo, conciente de que no tenía ninguna otra opción.
-Este miércoles venite acá a la
noche, tipo diez cuando cierro, y trae el auto. A tu mujer no le des ninguna
explicación.-
La noche en cuestión llegó, y
Raúl apareció justo a tiempo. El Turco estaba cerrando la puerta, subió al auto
y salieron.
-Mi mujer casi me mató cuando le
dije que salía de nuevo. ¡Hasta me tiró con un plato por la cabeza!-Sotello se
frotaba la nuca con la mano izquierda mientras manejaba, como si el plato
realmente le hubiera pegado.
-Agarrá para Saladillo- fue lo
único que dijo en todo el viaje. Permaneció todo el viaje mirando las estrellas
a través de la ventanilla.
Una vez en la ciudad, lo hizo
circular por unas calles oscuras y extrañas, hasta llegar a una especie de
club. Le hizo señas para detenerse y bajaron. Entraron al lugar, y subieron a
la segunda planta, donde se erigía una completa y muy surtida sala de juego.
Una ruleta, mesas de Black Jack, punto y banca, carreras de caballos y sobre
todo varias de truco. El lugar no era demasiado grande, entre las mesas de juego
y los apostadores no quedaba espacio libre en lo absoluto, el cielo raso era
bastante bajo, y el humo de cigarrillos se amontonaba. Unos ventiladores de
techo casi rozaban las cabezas de los que permanecían de pie. La concurrencia
no era excesiva, sino todo lo contrario, un
par de docenas de viejos arruinados y deprimentes alcanzaban para poblar
el lugar. Hicieron un breve recorrido por el lugar, mientras El Turco lo
presentaba con la mayoría de los apostadores.
-Jaime... ¿como andas? ¡Siempre
con el whisky en la mano vos eh!- Le dio una fraternal palmada en la espalda, a
la vez que el tipo se daba vuelta quitando momentáneamente la vista de sus
fichas en la ruleta. Lo reconoció con un gesto de sorpresa, y se volvió
prontamente a vigilar el juego.
-Turquito, tanto tiempo...pensé
que nos habías abandonado- Hablaba con el pucho agitándose en la comisura de
sus labios.
El Turco se apresuró a
presentarlo y, como si fuera una especie de código que ya había utilizado
varias veces, solo se limitó a comentarle: -Éste es Raúl, viene todos los
miércoles a jugar acá. ¿Ok?- Dichas estas frases se alejó del tipo y repitió la
operación con otros sujetos de igualmente dudosa reputación. Incluso tuvo
exactamente las mismas palabras con el dueño del lugar, conocido simplemente
como Tano, adicto al póker. Todos asentían con la cabeza, no decían palabra
alguna ni preguntaban absolutamente nada.
Habrán estado cerca de una hora
ahí, hasta que el supuesto guía turístico propuso tomar un café en el barcito
de la esquina. Al entrar al lugar, Raúl tuvo la sensación de haber estado allí
miles de veces, a pesar de no conocerlo siquiera. Era un calco del bar de El
Turco en Lobos, el mismo aire de tugurio y el mismo aspecto depresivo. Solo
cambiaba la ubicación de los baños. Incluso los pocos clientes presentes se
parecían demasiado a los de mi ciudad, bastante arruinados y desalineados.
Oscuros, indecentes, indignos, y hasta con una cuota de fracaso grabada en sus
espaldas.
Ambos propietarios de bares se
saludaron amistosamente, intercambiaron un par de comentarios banales, y El
Turco pidió dos ginebras. Mientras apresuraba la suya, le comentó al dueño del
lugar con la misma suspicacia que antes: -Raul viene todos los miércoles
después de jugar, y se toma un legui-
-No hay drama- Alcanzó a decir el
otro tipo, creo que se llamaba Ramón. Tenía todos los años el viejo, y su cara
parecía un mapa. Era difícil precisar la edad, pero parecía avanzada, cerca de
setenta quizás.
El Turco se tomó la ginebra mía
que aun permanecía intacta. Lo hizo como en las películas, de un solo trago, y
luego se levantó.
-Pagá- Le dijo, mientras se ponía
de pie y enfilaba hacia la salida. Raúl abonó las bebidas, y al salir del
lugar, se sorprendió de ver a su compañero esperándolo ya en el auto. Aparentemente
no tenía ganas de manejar, y aprovechó el viaje para dormir. Al llegar a Lobos
se despertó.
-Escuchá, vas a hacer lo
siguiente ahora. El miércoles que viene vas a salir de nuevo, no importa lo que
te diga tu mujer, así te quiera matar no le hagas caso. Vos te vas a cualquier
lado y volvés bien tarde. Te va a cagar a pedos seguro, y vos ahí le decís que
la semana próxima le vas a mostrar la verdad. Le vas a mostrar con quien la
estabas engañando.-Ante la mirada estupefacta de Raúl, El Turco siguió explicando.
-Sí, le decís así, entonces la
subís al auto y arrancás, no le decís nada. La llevas al salón de juego donde
estuvimos hoy, y le decís que con la única que la engañabas era con la timba,
que estas enfermo con el juego, pero que vas a empezar a curarte, por ella-. Lo
dejó primero al cantinero, y luego prosiguió a su casa. Al llegar su mujer lo
estaba esperando despierta, sentada en el sofá y en camisón. No emitió sonido,
pero su cara le decía todo.
La siguiente semana fue todo un
escándalo directamente, hubo gritos, reproches. Gabriela incluso llegó a
tirarle un florero por la cabeza. Amenazó con irse de la casa y llevarse a los
hijos con ella. Raúl entonces dio inicio al plan estipulado. Ese miércoles
salió solo, fue al puterio del pueblo nomás, y regreso a las tres horas.
Transcurrieron los días con un dialogo nulo, e insultos gratuitos que solo
mermaban en presencia de los hijos de la pareja.
Llegó el día indicado para la
maniobra, y Raúl amenazó con salir nuevamente, ante el esperado reproche de su
esposa.
-¿Vos querés saber a donde voy yo
todos los miércoles? Bueno, vamos. Yo te voy a mostrar a donde voy.- Con
semblante decidido aunque cagado hasta las patas, y haciéndose el ofendido por
la poca confianza depositada en él, partieron con rumbo a Saladillo. El viaje
fue sin una palabra de por medio, y ni siquiera la radio se encendió. Era una
noche estrellada y limpia, pero el frío apremiaba.
Al llegar al salón de juego,
bajaron del auto y entraron. Raúl traspiraba de los nervios, como prostituta en
la iglesia, pero mantenía su rostro inmutable.
-Buen día Raulito, ¿como anda
usted? ¿Viene a repetir la buena racha del miércoles pasado?- Le decía un viejo
desconocido a la vez que le daba una fraternal palmada en la espalda.
Todos simulaban ser su amigo
desde hacía tiempo, la orquestación funcionaba a la perfección.
- ¿Ves amor? Con la única que
puedo engañarte a vos es con la droga del juego. No me animaba a decírtelo
porque me daba vergüenza, pero ahora que estuve a punto de perderte voy a dejar
el vicio. Vos sos lo único que importa para mí- Intentaba decirlo con la mayor
seriedad posible y poniendo cara de sufrido, pero la verdad es que se estaba
mordiendo los labios por dentro para no reírse.
Gabriela le pidió disculpas por
haber desconfiado injustamente, se dieron un beso y fueron a tomar un café al
bar de la esquina. Se sentaron en una mesa cualquiera, ya que estaban todas
vacías. El anciano propietario del bar se acercó lentamente a tomar la orden,
casi arrastrando los pies.
-Buenassss- dijo el mozo
sexagenario, casi hablando para adentro, y se quedó parado esperando la orden.
-Un Legui, como todos los
miércoles por favor y una Fanta para la dama.- El corazón se le paralizó por un
momento, este viejo de mierda seguro me caga se dijo por dentro. Partió en
busca de la orden y al ratito volvió con la bandeja y las bebidas. Mientras las
ponía en la mesa, sin prestar la mínima atención, casualmente levanta la vista
y estudia el rostro de mi esposa.
-¿Gabriela, que haces acá? No me
llamaste más, iba todos los miércoles a visitarte y de un día para el otro me
cortaste. No me mandaste ni un mensajito siquiera. ¿No me vas a decir que me
cambiaste por éste gil flojo y debilucho? Te extraño Gabi… hasta conseguí el
juguetito ése que vos querías, y el disfraz de marinero… Te amo-
Raúl no emitió sonido, no dijo ni
una palabra, no porque no tuviera nada que decir, sino porque la situación lo
sobrepasó, no pudo ordenar sus pensamientos y transformarlos en un idioma
entendible, se imaginaba al viejo decrépito, con su cara de mono, mezcla de Don
Ramón y Keith Richards, encima de su esposa. El viaje de vuelta fue un parto,
al llegar a Lobos dejó a su mujer en la casa y se fue a dormir a un hotel.
-Pero Raúl, estás siendo un
hipócrita, si vos hacías lo mismo, te pagó con la misma moneda, ahora ya está,
están a mano- El Turco, siendo extrañamente amigable lo aconsejaba, mientras le
servía otra Ginebra a su cliente, que luego él mismo tomaría.
-Ya sé, pero yo no voy a ser
cornudo. Puedo ser boludo, forro, me pueden cagar con plata, puedo ser una
basura de persona, degenerado, baboso, pero cornudo no. Ya sé que yo también la
engañaba, pero es distinto. ¡Yo cornudo no!- prendió un cigarrillo, había
dejado hacía años, pero las circunstancias lo hicieron retomar el vicio.
-Pero pensá en los pibes, tus
hijos no tienen la culpa- Aparentemente El Turco en el fondo tenía
sentimientos.
-Y bueno, mala suerte, ya son
grandes, que se las arreglen. Hoy en día es lo más común tener padres
separados. Además ya no vivo más en mi casa, yo me fui para tomarnos un respiro
y poner las cosas en orden, pero mi adorable esposa enseguida me cambió por el
viejo cara de mono. ¡Sí, en serio, el viejo duerme en mi cama ahora! Es el
colmo… igual ya hablé con él, lo discutimos muy seriamente como caballeros.
Ahora te juro que soy feliz, estoy cumpliendo el sueño de mi juventud, estoy
soltero, libre, y encima tengo un bar en Saladillo, se lo cambié al viejo por
mi esposa, ahora vivo allá. Ando de novio con una pendejita prostituta que de
paso la hago trabajar ahí en la cantina. No sabés lo linda que está, andá un
día y te hago precio-
-Menos mal que le molestaba ser
cornudo, y ahora anda con una puta- pensó el Turquito para sus adentros, pero
sin emitir comentario alguno. -A veces la felicidad se encuentra en esos
caminos que uno mismo se negaba a transitar-
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