martes, 17 de abril de 2018

Cuento: "Una ginebra por favor"



Era el atardecer de un martes, cuatro de agosto para ser más precisos. Estaba bastante nublado y frío afuera, pero adentro del barcito del Turco la temperatura no variaba jamás. El espeso cortinado también impedía cualquier tipo de visión con, y desde el exterior. Bastante tétrico el lugar, solo iluminado por un par de tubos fluorescentes colgados de un extremadamente alto cielo raso, al estilo de las viejas contracciones de principios de siglo, como lo era este inmueble. Dos ventiladores de techo allá en las alturas, sostenidos  del machimbre pintado marrón obscuro, giraban lentamente haciendo circular el humo acumulado en lugar de refrescar. El bar del Turco era el único de la pequeña ciudad que ignoraba por completo la ley anti tabaco, casi orgullosamente. El doctor Zamudio yacía sentado solitario en la mesa junto a la ventana disfrutando de un Criadores, mientras ojeaba el suplemento económico del Clarín. Siempre utilizaba la misma ubicación, y era muy común ver clientes del bar hacerse atender en esa misma mesa por la módica suma de un Whisky importado. Un antiguo televisor colgado de un soporte a la pared del fondo, aportaba la única cuota de color y vida al lugar. El volumen estaba en cero, pero se veían imágenes de carreras de caballos y largas listas de posiciones.
Raúl Sotello, sentado en la banqueta de la barra miraba fijamente el vaso de vino blanco con jugo de naranja. Ya se había tomado cuatro, e iba camino al quinto. El hielo tintineó cuando apuró el líquido dentro de sus fauces. Depositó el recipiente vacío sobre la barra, y golpeando con el dedo índice sobre el borde del vaso, pidió otro. El Turco, dueño y único mozo se las arregló para verlo a pesar de estar en el otro extremo del mostrador, con esa especial percepción que solo tienen los verdaderos mozos de profesión. Se acercó con paso silencioso, mientras con un trapo de rejilla secaba una copa de vidrio muy berreta recientemente lavada.
-¿Que anda pasando Raúl?- a la vez que servía el contenido de la botella. Preguntó más por compromiso que por verdadero interés. El Turco era un tipo muy reservado y de pocas palabras, como un establecimiento de ese tipo lo ameritaba.
-Acá andamos… con problemas de mujeres,- lo sorprendió bastante la pregunta del propietario del lugar, dada la escasa locuacidad del mismo. -y lo que más me preocupan son los pibes. ¿Entendés? Si fuera por mí no hay drama, pero no quiero que los chicos tengan que pasar por este quilombo…son chiquitos todavía, uno tiene seis y la otra nueve.-
Al Turco no le cayó muy bien todo este palabrerío, era un tipo reservado y quería permanecer al margen de la vida personal de los clientes. Aseguraba que esto generaba un tipo de intimidad que terminaba en mangueo. Puso los ojos en blanco en un inequívoco gesto de hastío, al darse cuenta que no le quedaba más opción que quedarse a escuchar toda la historia.

Sin reparos y sin tapujos le contó todo el quilombo que tenía en pocos minutos, Sotello era un tipo directo y no tenía inconvenientes en decir las cosas como realmente eran.
-Soy un boludo- comenzó, a modo introductorio. El cantinero mentalmente compartió el pensamiento con su cliente, pero no dijo nada. Mantuvo un silencio sepulcral, era de escasas palabras el tipo.
-Hace unos cuantos meses me salió un laburo en Navarro.- Hizo una pausa para tomar, y prosiguió. -No sé si sabía que soy albañil, había que levantar un  par de galpones para una cerealera, por lo que teníamos para un tiempo bastante largo. Íbamos y veníamos todos los  días, salvo los miércoles que le pagábamos hasta tarde y nos quedábamos a dormir allá, como unos cuantos éramos de Lobos dormíamos ahí en la obra…la cosa fue así por un tiempo, rutinaria y aburrida, hasta que conocí una maestra de primaria separada. Vivía con el hijo, pero ya era bastante grandecito y estaba acostumbrado a un desfile de machos por la casa. La cosa fue bastante rápida, y a las dos o tres semanas ya tenía donde quedarme a dormir.-
A continuación, a medida que iba bajándose el nuevo vaso de vino, continuó con una exageradamente generosa descripción de la mina. El mozo en cuestión de segundos se dio cuenta que la mujer era un escracho total, pero como siempre no dijo nada.
El tiempo fue corriendo, pero el tipo era vicioso y no supo cuando parar. La supuesta obra en construcción llevaba ya casi seis meses, un tiempo más que prolongado. Siempre la piloteaba con excusas baratas del tipo -Tenemos que hacer unos galpones más-, o -Se complica por el clima, y vamos muy lento-.El asunto era que la mujer de Raúl, Gabriela, también era maestra, -¡Y…viste como son las maestras de chusmas!-. Aparentemente había una amiga y colega que trabajaba acá, en Lobos, pero estaba haciendo las practicas en la vecina ciudad, y no sé como mierda se enteró, pero lo mandó en cana. La mina se lo aseguró y se lo recontra juró a la esposa de Raul, incluso la convenció de ir hasta la obra un martes por la noche para corroborar la existencia de la misma.

-Parece que se fue hasta Navarro nomás, y le preguntó por mí al sereno del galpón en el que habíamos trabajado. El tipo le dijo la verdad, que hacía tiempo habíamos terminado y que ya no trabajaba más allí. ¿Qué me iba a imaginar que ésta loca iba a ir hasta allá?- Agachó la cabeza hasta casi tocar el borde del vaso.

-Recién hace un rato me agarró y me empezó a decir de todo, que era un hijo de puta, que la engañaba, que soy una basura y no sé qué más. No seque hacer. Yo me hice el boludo y me fui a la mierda. Le dije que la amiga le mentía por que estaba caliente conmigo, que me quería levantar. Pero no me creyó ni medio, y tengo miedo por los chicos viste...ellos no tienen la culpa...- No se sabe bien porqué, ni cómo, pero al Turco se le enterneció un poco el alma, era la primera vez que algún tipo de sentimiento se manifestaba en él, en este caso era compasión.
El propietario del lugar se ofreció a ayudarlo, pero exigió completa y absoluta confianza en él. El cliente aceptó sin pensarlo, conciente de que no tenía ninguna otra opción.
-Este miércoles venite acá a la noche, tipo diez cuando cierro, y trae el auto. A tu mujer no le des ninguna explicación.-

La noche en cuestión llegó, y Raúl apareció justo a tiempo. El Turco estaba cerrando la puerta, subió al auto y salieron.
-Mi mujer casi me mató cuando le dije que salía de nuevo. ¡Hasta me tiró con un plato por la cabeza!-Sotello se frotaba la nuca con la mano izquierda mientras manejaba, como si el plato realmente le hubiera pegado.
-Agarrá para Saladillo- fue lo único que dijo en todo el viaje. Permaneció todo el viaje mirando las estrellas a través de la ventanilla.
Una vez en la ciudad, lo hizo circular por unas calles oscuras y extrañas, hasta llegar a una especie de club. Le hizo señas para detenerse y bajaron. Entraron al lugar, y subieron a la segunda planta, donde se erigía una completa y muy surtida sala de juego. Una ruleta, mesas de Black Jack, punto y banca, carreras de caballos y sobre todo varias de truco. El lugar no era demasiado grande, entre las mesas de juego y los apostadores no quedaba espacio libre en lo absoluto, el cielo raso era bastante bajo, y el humo de cigarrillos se amontonaba. Unos ventiladores de techo casi rozaban las cabezas de los que permanecían de pie. La concurrencia no era excesiva, sino todo lo contrario, un  par de docenas de viejos arruinados y deprimentes alcanzaban para poblar el lugar. Hicieron un breve recorrido por el lugar, mientras El Turco lo presentaba con la mayoría de los apostadores.

-Jaime... ¿como andas? ¡Siempre con el whisky en la mano vos eh!- Le dio una fraternal palmada en la espalda, a la vez que el tipo se daba vuelta quitando momentáneamente la vista de sus fichas en la ruleta. Lo reconoció con un gesto de sorpresa, y se volvió prontamente a vigilar el juego.
-Turquito, tanto tiempo...pensé que nos habías abandonado- Hablaba con el pucho agitándose en la comisura de sus labios.

El Turco se apresuró a presentarlo y, como si fuera una especie de código que ya había utilizado varias veces, solo se limitó a comentarle: -Éste es Raúl, viene todos los miércoles a jugar acá. ¿Ok?- Dichas estas frases se alejó del tipo y repitió la operación con otros sujetos de igualmente dudosa reputación. Incluso tuvo exactamente las mismas palabras con el dueño del lugar, conocido simplemente como Tano, adicto al póker. Todos asentían con la cabeza, no decían palabra alguna ni preguntaban absolutamente nada.

Habrán estado cerca de una hora ahí, hasta que el supuesto guía turístico propuso tomar un café en el barcito de la esquina. Al entrar al lugar, Raúl tuvo la sensación de haber estado allí miles de veces, a pesar de no conocerlo siquiera. Era un calco del bar de El Turco en Lobos, el mismo aire de tugurio y el mismo aspecto depresivo. Solo cambiaba la ubicación de los baños. Incluso los pocos clientes presentes se parecían demasiado a los de mi ciudad, bastante arruinados y desalineados. Oscuros, indecentes, indignos, y hasta con una cuota de fracaso grabada en sus espaldas.
Ambos propietarios de bares se saludaron amistosamente, intercambiaron un par de comentarios banales, y El Turco pidió dos ginebras. Mientras apresuraba la suya, le comentó al dueño del lugar con la misma suspicacia que antes: -Raul viene todos los miércoles después de jugar, y se toma un legui-
-No hay drama- Alcanzó a decir el otro tipo, creo que se llamaba Ramón. Tenía todos los años el viejo, y su cara parecía un mapa. Era difícil precisar la edad, pero parecía avanzada, cerca de setenta quizás.
El Turco se tomó la ginebra mía que aun permanecía intacta. Lo hizo como en las películas, de un solo trago, y luego se levantó.
-Pagá- Le dijo, mientras se ponía de pie y enfilaba hacia la salida. Raúl abonó las bebidas, y al salir del lugar, se sorprendió de ver a su compañero esperándolo ya en el auto. Aparentemente no tenía ganas de manejar, y aprovechó el viaje para dormir. Al llegar a Lobos se despertó.
-Escuchá, vas a hacer lo siguiente ahora. El miércoles que viene vas a salir de nuevo, no importa lo que te diga tu mujer, así te quiera matar no le hagas caso. Vos te vas a cualquier lado y volvés bien tarde. Te va a cagar a pedos seguro, y vos ahí le decís que la semana próxima le vas a mostrar la verdad. Le vas a mostrar con quien la estabas engañando.-Ante la mirada estupefacta de Raúl, El Turco siguió explicando.
-Sí, le decís así, entonces la subís al auto y arrancás, no le decís nada. La llevas al salón de juego donde estuvimos hoy, y le decís que con la única que la engañabas era con la timba, que estas enfermo con el juego, pero que vas a empezar a curarte, por ella-. Lo dejó primero al cantinero, y luego prosiguió a su casa. Al llegar su mujer lo estaba esperando despierta, sentada en el sofá y en camisón. No emitió sonido, pero su cara le decía todo.

La siguiente semana fue todo un escándalo directamente, hubo gritos, reproches. Gabriela incluso llegó a tirarle un florero por la cabeza. Amenazó con irse de la casa y llevarse a los hijos con ella. Raúl entonces dio inicio al plan estipulado. Ese miércoles salió solo, fue al puterio del pueblo nomás, y regreso a las tres horas. Transcurrieron los días con un dialogo nulo, e insultos gratuitos que solo mermaban en presencia de los hijos de la pareja.

Llegó el día indicado para la maniobra, y Raúl amenazó con salir nuevamente, ante el esperado reproche de su esposa.
-¿Vos querés saber a donde voy yo todos los miércoles? Bueno, vamos. Yo te voy a mostrar a donde voy.- Con semblante decidido aunque cagado hasta las patas, y haciéndose el ofendido por la poca confianza depositada en él, partieron con rumbo a Saladillo. El viaje fue sin una palabra de por medio, y ni siquiera la radio se encendió. Era una noche estrellada y limpia, pero el frío apremiaba.

Al llegar al salón de juego, bajaron del auto y entraron. Raúl traspiraba de los nervios, como prostituta en la iglesia, pero mantenía su rostro inmutable.
-Buen día Raulito, ¿como anda usted? ¿Viene a repetir la buena racha del miércoles pasado?- Le decía un viejo desconocido a la vez que le daba una fraternal palmada en la espalda.
Todos simulaban ser su amigo desde hacía tiempo, la orquestación funcionaba a la perfección.
- ¿Ves amor? Con la única que puedo engañarte a vos es con la droga del juego. No me animaba a decírtelo porque me daba vergüenza, pero ahora que estuve a punto de perderte voy a dejar el vicio. Vos sos lo único que importa para mí- Intentaba decirlo con la mayor seriedad posible y poniendo cara de sufrido, pero la verdad es que se estaba mordiendo los labios por dentro para no reírse.
Gabriela le pidió disculpas por haber desconfiado injustamente, se dieron un beso y fueron a tomar un café al bar de la esquina. Se sentaron en una mesa cualquiera, ya que estaban todas vacías. El anciano propietario del bar se acercó lentamente a tomar la orden, casi arrastrando los pies.
-Buenassss- dijo el mozo sexagenario, casi hablando para adentro, y se quedó parado esperando la orden.
-Un Legui, como todos los miércoles por favor y una Fanta para la dama.- El corazón se le paralizó por un momento, este viejo de mierda seguro me caga se dijo por dentro. Partió en busca de la orden y al ratito volvió con la bandeja y las bebidas. Mientras las ponía en la mesa, sin prestar la mínima atención, casualmente levanta la vista y estudia el rostro de mi esposa.
-¿Gabriela, que haces acá? No me llamaste más, iba todos los miércoles a visitarte y de un día para el otro me cortaste. No me mandaste ni un mensajito siquiera. ¿No me vas a decir que me cambiaste por éste gil flojo y debilucho? Te extraño Gabi… hasta conseguí el juguetito ése que vos querías, y el disfraz de marinero… Te amo-
Raúl no emitió sonido, no dijo ni una palabra, no porque no tuviera nada que decir, sino porque la situación lo sobrepasó, no pudo ordenar sus pensamientos y transformarlos en un idioma entendible, se imaginaba al viejo decrépito, con su cara de mono, mezcla de Don Ramón y Keith Richards, encima de su esposa. El viaje de vuelta fue un parto, al llegar a Lobos dejó a su mujer en la casa y se fue a dormir a un hotel.

-Pero Raúl, estás siendo un hipócrita, si vos hacías lo mismo, te pagó con la misma moneda, ahora ya está, están a mano- El Turco, siendo extrañamente amigable lo aconsejaba, mientras le servía otra Ginebra a su cliente, que luego él mismo tomaría.
-Ya sé, pero yo no voy a ser cornudo. Puedo ser boludo, forro, me pueden cagar con plata, puedo ser una basura de persona, degenerado, baboso, pero cornudo no. Ya sé que yo también la engañaba, pero es distinto. ¡Yo cornudo no!- prendió un cigarrillo, había dejado hacía años, pero las circunstancias lo hicieron retomar el vicio.
-Pero pensá en los pibes, tus hijos no tienen la culpa- Aparentemente El Turco en el fondo tenía sentimientos.
-Y bueno, mala suerte, ya son grandes, que se las arreglen. Hoy en día es lo más común tener padres separados. Además ya no vivo más en mi casa, yo me fui para tomarnos un respiro y poner las cosas en orden, pero mi adorable esposa enseguida me cambió por el viejo cara de mono. ¡Sí, en serio, el viejo duerme en mi cama ahora! Es el colmo… igual ya hablé con él, lo discutimos muy seriamente como caballeros. Ahora te juro que soy feliz, estoy cumpliendo el sueño de mi juventud, estoy soltero, libre, y encima tengo un bar en Saladillo, se lo cambié al viejo por mi esposa, ahora vivo allá. Ando de novio con una pendejita prostituta que de paso la hago trabajar ahí en la cantina. No sabés lo linda que está, andá un día y te hago precio-

-Menos mal que le molestaba ser cornudo, y ahora anda con una puta- pensó el Turquito para sus adentros, pero sin emitir comentario alguno. -A veces la felicidad se encuentra en esos caminos que uno mismo se negaba a transitar-













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