jueves, 6 de junio de 2019

Cuento: "El fumar daña al corazón"




Las calles estaban completamente desiertas, y solo podía oírse el dulce canto de los pájaros. La paz y el silencio regocijaban el alma. El cielo despejado y una leve brisa apenas fresca componían una mañana ideal. Hacía tiempo que Sergio había abandonado el cigarrillo, pero de todas maneras creyó que sería el momento perfecto para encender uno. Afortunadamente era primero de enero, por lo que no habría un quiosco abierto en varias horas. Se dirigió al parque municipal, con la intención de relajarse un poco y no pensar, despejar la mente. Era el primer año nuevo que pasaba solo desde el fallecimiento de su esposa, y la época de festividades lo tenía mal. Hacía seis meses que su compañera ya no estaba, y no podía dejar de pensar en ella.
Luego de deambular un rato, se sentó sobre el tronco de un gran eucalipto caído. Por varios minutos se limitó a contemplar el cielo completamente celeste, que se dejaba entrever por entre las ramas de los frondosos y gigante árboles. Suspiró sonoramente con una profunda exhalación, y no pudo evitar que las lágrimas brotaran. Lanzó un gritó desgarrador con todas sus fuerzas, que casi lo dejó afónico. Gritó desde lo más profundo de su ser, liberando de cierto modo su cabeza de los tormentos de la memoria. Maldijo a viva voz a todos los santos, insultó a Dios, a la virgen y sobre todo al amor. Solo deseaba morir. Pasó varias horas atormentando su cerebro con recuerdos de su amada esposa perdida, hasta que cerca del mediodía volvió a su solitaria y silenciosa vivienda.
Tenía los ojos enrojecidos de llorar, y el pelo enmarañado. Sentado en una enclenque y sonora silla de madera, tomaba ginebra Bols del pico. Observaba la deprimente habitación, en completo silencio. Las paredes manchadas de humedad, parecían el gigantesco mapa de un conglomerado de islas del pacífico. La escasa luz que ingresaba por la pequeña ventana, filtrada por los mugrosos vidrios, prolongaba tétricas sombras sobre la cama. Contempló, sobre el apelmazado colchón de dos plazas, la desgastada y manchada sábana. Analizó si ésta sería conveniente para sus planes de ahorcarse, pero luego prefirió reemplazarla por el alargue del cable de la cortadora de césped. Apuró los últimos tragos y, tambaleante, fue a buscar la extensión eléctrica. Hizo los nudos correspondientes, y se subió a la destartalada mesa. Crujió y se sacudió, pero soportó el peso. Sergio, a pesar de su embriaguez, se dispuso para atar el improvisado lazo al reseco tirante de pino. Se quemó los dedos con la desnuda chapa caliente del techo, pero se las arregló para preparar todo. Estaba a punto de enroscar el cable a su cuello, cuando escuchó una voz. Se quedó quieto un momento, pensando que era su imaginación. Luego de un breve silencio retomó su tarea, pero volvió a oírla. “No seas pelotudo, no hagas ninguna cagada” decía. Se dio vuelta y ahí la vio. Recostada placidamente sobre la cama estaba su adorada y dulce esposa.
A tal punto fue el cagazo y la sorpresa de Sergio, que tropezó y cayó de la mesa, rompiéndola en pedacitos. La voz espectral de su esposa volvió a escuchase “¡Siempre el mismo nabo! Ahora vas a tener que ocuparte de comprar una mesa nueva, porque esa no sirve ni para prender el asado”.
“Pero eso es lo de menos Azul de mi vida, lo importante es que estás acá. ¡No sabes lo que te extrañé, lo que sufrí, lo solo que estuve sin vos!” Sergio se acercó tambaleante, mezcla del pedo, del golpe y de la sorpresa, hasta el borde de la cama. Abrió los brazos y se arrojó sobre su amada. Tardó un par de segundos en darse cuenta que no había nadie a quien tocar, y que estaba besando a una almohada.
“Soy un fantasma Sergio” dijo la mujer con un demostrativo tono de hartazgo. “¡Siempre mamado vos! Pensé que habías cambiado un poco en este tiempo”.
Luego de pasada la sorpresa, se calmaron los ánimos y ella lo puso al tanto de la situación. Le dijo que no solo había vuelto a este mundo para estar con él, sino también para cambiarlo y encarrilarlo. “No quiero que arruines tu vida, Viejo”. Le señaló que él era demasiado tiro al aire, larva, borracho y haragán. Afortunadamente ella estaba aquí para cambiar todo eso. “Te voy a enderezar y te voy a hacer un hombre nuevo. Cuando finalmente lo logre, podré irme definitivamente con la seguridad de que vas a estar bien.”. Le explicó que solo él podía verla y oírla. Remarcó que no podría ascender al más allá hasta que su misión estuviera cumplida. Lamentablemente solo podría materializarse dentro del domicilio, porque ese era el lugar en el cual ocurrió el desagradable incidente de su fallecimiento.

Fue un día gris de Julio, Azul había preparado todo para darse una buena ducha caliente. Hacía un frío terrible, y como no contaban con el servicio de gas domiciliario, debió encender el calentador “Bram- Metal” a Kerosene, y  llevarlo al baño para calentarlo mínimamente. Subida sobre una banqueta, llenó con un balde el calefón eléctrico que colgaba de un viejo clavo en la pared. El salón de baño era increíblemente pequeño, a tal punto que la puerta apenas tenía lugar para abrirse sin golpear con los sanitarios. Las paredes estaban descascaradas y manchadas por la humedad. La habitación apenas se iluminaba, gracias a un diminuto y oxidado ventiluz. El vidrio ampollado le confería una extraña textura a la claridad que ingresaba del exterior, casi como pastosa. El techo, sin cielo raso, consistía solo en una vieja chapa de zinc, y tirantes de una  madera mohosa. Un foco de veinticinco watts colgaba solitario en el centro del cuarto, rodeado de telarañas. La cuarentona mujer, se desvistió mientras se calentaba el agua. Tomó ropa interior limpia al azar, y se fue a bañar. Llevaba ropa al baño para poder cambiarse allí, y aprovechar la calefacción otorgada por el calentador.
Se enjabonó y enjuagó rápida y dificultosamente. La tarea se dificultaba debido al breve y escaso chorro de agua, pero ya estaba acostumbrada. No tenían agua corriente, y hacía años que se abastecían con una bomba manual que había en el patio. Se secó primero el pelo lacio y extenso, que le llegaba hasta de la cintura. A pesar de la edad siempre tuvo el pelo negro y bien oscuro, sin necesidad de teñirse. Luego continuó por secar el cuerpo. Se mantenía bastante bien, considerando el escaso cuidado que le prestaba al aspecto físico. Jamás utilizó cremas, lociones o perfumes. Tenía la tez un tanto oscura, mitad por la herencia, y mitad por una vida de trabajo duro al aire libre. Trabajaba desde pequeña cosechando verduras en una quinta cercana, la cual pertenecía a unos ancianos portugueses.
Se puso el corpiño, y se ató la toalla tipo turbante. Pasó la bombacha por la pierna derecha, y cuando iba a hacer lo mismo con la izquierda se patinó. Cayó estrepitosamente, dando con la cabeza en el inodoro. Murió al instante.
Sergio la encontró a la noche, cuando volvía de trabajar en el negocio. Desnuda, con la ropa interior a medio poner,  y en medio de un gran charco de sangre. El retrete se había roto, y el agua brotaba en dirección a la habitación. La casa entera estaba inundada, con excepción de la mínima porción que ocupaba el inerte cuerpo. El agua parecía evitar ese punto. Parecía no querer borrar el último vestigio de la vida de Azul. Llamó a la ambulancia, la cual tardó cerca de media hora en llegar. Para ese momento, él ya estaba convencido de que no había chances. Fumó su último cigarrillo sentado en el umbral de la puerta, mientras esperaba a los médicos. Nunca olvidará ese momento.

El primer tiempo desde el reencuentro fue fabuloso. Pasaban casi todo el día juntos. Se mimaban, y se decían cosas dulces todo el tiempo. Siempre recordaban momentos románticos de su relación. Aquellas vacaciones en Mar de las Pampas, las primeras citas, y cuando iban al parque de diversiones que anualmente visitaba el pueblo. Hablaban, y conversaban románticamente. Se entendían mejor que cuando ella estaba viva.
Pasó aproximadamente un mes, y Sergio debió dedicarle más tiempo a su trabajo. Era la época de temporada alta, y los clientes se multiplicaban. Había mucho turismo en la ciudad, y el puesto de helados vendía como nunca. De lunes a jueves vendía en la plaza del centro, y de viernes a domingo iba a la laguna. Generalmente llegaba tarde, y ella no dudaba en recriminárselo. “¡Mirá la hora que es! ¿Te parecen horas de venir? Vos tomate tu tiempo...total la estúpida te espera hasta las tres de la mañana. Esto no es un hotel”. Le decía a los gritos, parada frente a la puerta de entrada, con los brazos en jarra.
Poco a poco la cosa fue volviendo a la normalidad. Pasado el primer tiempo de alegría por el reencuentro, los dos retomaron su antigua y verdadera personalidad. Ella dejó de ser dulce y comprensiva, para volver a ser rezongona, pesada, insoportable y gritona como en su época física. Él por su parte, dejó de ser cálido, cariñoso y bondadoso, para volverse áspero, tosco y violento. Azul vivía gritándole todo el tiempo, y él no la aguantaba. Para colmo ahora no podía pegarle una cachetada para que dejara de molestar, como solía hacer antes. La mujer rompía las bolas día y noche, y la única manera de no escucharla era estar borracho. Sergio retomó la bebida para poder soportar el castigo de su mujer.
“No servís para nada, sos un fracasado. Toda tu vida en pedo. ¿Cuándo vas a crecer? Sos un chiquilín, un pelotudo. Mamá tenía razón, no se para que me casé con vos. Ella siempre me dijo que no me juntara con un haragán como vos.” Los gritos y reproches solo agravaban la situación. Él quería escaparse cada vez más, no quería volver a su casa ni en broma. Siempre paraba un par de horas en un bar antes de volver a su vivienda. Periódicamente se iba al puterío del pueblo después del trabajo, y a veces pasaba días sin volver. Aparecía al tiempo, barbudo, con olor a licor, despeinado y sucio. Azul lo veía y deseaba poder golpearlo. Poder tirarle con algo al menos. Él se tapaba los oídos con algodón, y se iba a dormir. Ya ni la miraba siquiera, no podía ni  verla. Llegó incluso a pensar nuevamente en suicidarse, pero lo aterraba tener que encontrársela en el otro mundo.
Una mañana durmió hasta tarde, y se quedó un rato tirado en la cama para pensar. Se puso a recapacitar un poco y se dio cuenta de que la relación, como estaba en ese momento, no iba a funcionar. Si seguían así terminarían mal. Algo tenía que cambiar por que ambos estaban sufriendo demasiado. La llamó a su mujer desde la cama, y haciendo un gesto con la cabeza la invito a sentarse en el borde. Le pidió perdón por el maltrato, y le aseguró que todo iba a cambiar. “Te prometo amor, que de ahora en más va a ser distinto. No vas a tener que preocuparte más por mí. No voy a volver a darte motivos para que te enojes, ni te voy a hacer renegar más.” Ella se puso contenta y le devolvió una tierna sonrisa. Su marido iba finalmente a cambiar, y lo haría por ella. Intentó acariciarle el rostro, pero su mano traspasó la carne como si fuera humo. Una tierna lágrima rodó por la mejilla del fantasma. Era feliz una vez más. “¡Al fin me vas a hacer caso! Vas a dejar la bebida, y el cigarrillo. Ya no vas a ir más de putas. Vas a trabajar duro y a refaccionar la casa. Vamos a ser felices, los dos juntos por siempre.”Sergio asentía a lo que ella decía, con una extraña sonrisa en el rostro. Se levantó decidido de la cama, y tomó algo de plata. Se puso una campera de hilo sobre los hombros, y agarró las llaves de la mesa de luz. Desde la puerta, le gritó de la manera mas dulce posible al espíritu de su esposa; “Ahora vengo mi amor, voy al quiosco a comprar cigarrillos”.
Él nunca más apareció. La pobre Azul aún lo espera, sin poder salir de su casa. Sin que nadie la pueda oír. Sin que nadie la pueda ver, y sobre todo, sin que nadie la pueda amar.


Publicado en “La idea fija” de Mariano Contrera
Editorial “Cien kilómetros”.
2010

lunes, 18 de marzo de 2019

Culotte

Era una mañana de invierno horrible, gris y lloviznosa, muy melancólica. Miraba una y otra vez la hora en mí reloj. Ya comenzaba a desesperarme al ver que la extensa fila de Depósitos no avanzaba. Hacía cerca de una hora que estaba haciendo la cola en el abarrotado banco provincia. A lo lejos lo me pareció verlo a Fabián, como no estaba seguro de si era él, preferí no hacer el ridículo de saludar a alguien equivocado. Hacia años no veía, como a muchos otros compañeros de secundario. Finalmente, llegó el momento de pagar las facturas y nos cruzamos en la salida. Nos saludamos afectuosamente y me invitó a tomar un café para ponernos al día. Yo estaba de franco en el trabajo, así que no tenía nada mejor que hacer. Me llamó la atención una bolsita roja de Caro Cuore que llevaba, con una tarjetita atada al moño. Era obvio que había comprado un regalo en un local de lencería, y no le avergonzaba para nada que la gente lo notara.
¿Siempre de novio con Cami vos? No había terminado la pregunta cuando ya comencé a arrepentirme de haberla hecho. Hizo un gesto extraño con  su rostro que me lo dijo todo. La muesca de su rostro me dio un claro indicio de cuál iba a ser la respuesta. Camila era otra ex compañera nuestra, y ellos eran la parejita del curso. Siempre andaban juntos para todos lados. Él iba a ver sus partidos de Cestoball, y ella lo acompañaba a los ensayos de la banda. La última vez que los vi fue en Bariloche, y casi no salían de la habitación del hotel. Eran divinos, el uno para el otro, juntos como culo y calzón.
“Hace dos años cortamos, pero ya lo superé. Ahora estoy bien.” Comenzó a contarme como habían ido alejándose, como después de los tres años de novio la cosa no era la misma. El hecho de estar casi todo el día juntos terminó pudriéndolos a los dos.
Camila era una chica rellenita, bastante caderona pero de buenas proporciones. Tenía un rostro angelical que ocultaba su carácter fuerte y decidido. Ojitos pequeños color caramelo y unas cuantas pecas bellamente distribuidas en su respingada nariz, conformaban una carita de nena muy excitante.  Era una gordita bastante sexi. Tenía un aspecto d
ulce, pero había algo en ella que la hacía excitante. Tal vez la forma en que hablaba, lenta y suavemente arrastrando levemente las palabras. O tal vez era su extraña mirada, avasallante y devoradora.
Empezó a relatarme como había sucedido todo. Me dijo que una tarde de primavera ella le dijo sutilmente que la relación había llegado a su fin.
“¡No quiero verte más! rajá de acá, ya no te soporto. Esto no da para más. Sos un plomazo”
Camila era hija única y vivía todavía con su madre. Afortunadamente la vieja era copada, y tenía una muy buena onda. No molestaba para nada. Se llamaba Ester, estaba separada hacía varios años y debía trabajar doble turno en el colegio para mantener a su hija. Maestra de cuarto grado turno tarde y mañana, por lo que era poco el tiempo que pasaba en su vivienda. Era una mujer  jovial, siempre cordial, y de buen humor a pesar de una jornada laboral agotadora. La quería muchísimo, era como una segunda madre para él. Muchas veces tomaban mate juntos, y se cagaban de risa. Se parecían mucho físicamente con Camila. Los mismos gestos y las mismas curvas, pero Ester era mucho más simpática y bondadosa. Era una señora espectacular.  Por suerte esa tarde no estaba presente. No le hubiera gustado presenciar el momento en que su hija lo echaba.
Fabián salió decidido de la habitación de su novia, con la certeza de que esa pelea sería definitiva. Cerró la puerta de un golpe, para hacer más dramática su salida. A los gritos desde el pasillo le expresó que él compartía la intención de separarse, aunque no fuese cierto. Se puso los anteojos de sol, tomó la mochila y la campera de jean. Simulando tranquilidad salió por la puerta de atrás como hacía todos los días. Era una casa pequeña y simple, de 3 habitaciones, pero prolija, y con un pequeño patio detrás. Cuando salió, secó sus lágrimas con la manga de la remera y largó un hondo suspiro. Levantó la mirada, y pudo ver la ropa que colgaba de la cuerda para que el sol y el viento la sequen. Entre camisetas, medias y pantalones, vio rodeado de un haz de luz el culotte que él le había regalado. Era rosa clarito, casi color crema. Tenía pequeños lunares blancos, y era de Licra y algodón con puntillas de encaje. Muy sexy, pero para nada vulgar. El muchacho se lo había comprado para su segundo aniversario de novios, y  ella trataba de ponérselo en cada ocasión que hacían el amor. Si bien no tenían sexo con mucha frecuencia, y a pesar de que Cami no fuese gran cosa en la cama; él sentía que jamás había estado ni estaría con nadie igual. Estaba enamorado. Y ese es el mayor afrodisíaco existente.
Arrancó la prenda íntima de la cuerda y unos broches cayeron sobre el pasto verde. Se la llevaba como recuerdo. Se la llevaba para que no la usara con otro tipo. Se llevaba el culotte para tenerla cerca. En realidad no sabía por qué, pero se lo llevaba.

La moza nos trajo el café y el relato hizo una pausa mientras la muchacha acomodaba las cosas sobre la mesa. A la vez que sacudía  nerviosamente los sobrecitos de azúcar, Fabián continuó con su relato. Yo quería borrarme, se notaba que este pibe no estaba en sus cabales. Miré hacia la puerta como para calcular la distancia, en caso de que fuera necesaria una escapada de emergencia.

Me contó como lloraba por las noches, mirando las fotos de ambos. Se la pasaba recordando los momentos juntos. Leía una y otra vez las cartas en las que le prometía amor eterno. Muchas veces miraba la bombacha y la imaginaba a ella usándola. Tocaba la suave tela e imaginaba su piel. A pesar de estar recién lavada, él creía incluso sentir el dulce aroma de su sexo. La ponía todas las noches debajo de la almohada, para soñar con su ex. La llamaba a horas insólitas como un chiflado para decirle que pensaba en ella, y que la extrañaba. Le rogaba que lo perdonara, que él iba a cambiar si ella así lo quería. Pero evidentemente la pudrió, la chica al mes cambió el número de celular.
Fabi había tenido unas cuantas mujeres en su adolescencia, pero Camila fue su primera novia oficial. A pesar de no ser muy agraciado físicamente, lograba conquistar con su buen humor y muchos chistes estúpidos. Era flaco y bastante alto. Aunque se había dejado estar un poco, aún mantenía la figura. Era un tanto narigón, aunque la barba estilo candado que llevaba lo disimulaba un poco.

Tomé un sorbo de café mientras lo observaba. Estaba raro, ansioso, evidentemente no le hacía bien recordar. Me quería ir a la mierda antes que se pusiera pesado, pero era demasiado tarde. Intenté inútilmente cambiar de tema, ya estaba embalado y siguió contándome.
“Estaba destruido, sentía que no podría olvidarla jamás. Tenía el corazón hecho pedazos.” miraba el oscuro líquido del pocillo, como si en él se proyectaran las imágenes de su memoria. Si yo me iba en ese momento, es probable que ni siquiera lo notara. Estaba tan inmerso en el relato que mi presencia era una mera excusa. Para ese entonces yo había perdido el poco el interés que tenía en el relato, pero de todas maneras el prosiguió.
“Ya  no salía casi, y mi vieja estaba preocupada. Yo no quería saber nada. Estaba re cortado. Por suerte tenía el culotte que me recordaba a mi “princesa”. Recuerdo que le quedaba hermoso. Un calce perfecto resaltaba esas mullidas y redondas nalgas que me volvían loco. Soñaba una y otra vez con ella, en especial cuando dormía con su prenda intima puesta. Parecía ser ella la que me acariciaba, y no la tela.” No podía creer lo que este flaco me estaba contando, lo miraba para saber si era otra de sus antiguas bromas pero su rostro me decía que era en serio.
Yo había estado estudiando en Capital, y el trabajo no me permitía venir muy seguido. Estuve un tiempo de novio con una compañera de facultad, así que eran contadas las veces que volvía a Lobos. Generalmente para fiestas familiares o cumpleaños. Dejé de tratarme con mis antiguos amigos y conocidos. Recién ahora que ya estoy recibido, y distanciado con mi novia capitalina, estoy de vuelta por mis pagos.
Siguió contándome cómo sus amigos, mis antiguos compañeros de colegio, comenzaron a hacerlo salir casi a la fuerza de su casa. Lo llevaban a bares y boliches, pero él no podía mirar a una chica sin compararla con su ex. A veces observaba los culos de las mujeres que pasaban cerca, no porque le gustara la mina, sino para intentar adivinar que ropa interior usaba. A lo largo de unos meses tuvo la chance de estar con un par de damas, todas rellenitas. Lamentablemente, abandonaba toda maniobra al ver que no llevaban un culotte como el que el añoraba. Los amigos, mitad como una medida desesperada y mitad usándolo como excusa, lo llevaron a clubes de strippers en Capital. Sin embargo el seguía con su locura, no había manera de sacarlo de su  melancolía. Ni siquiera cuando lo llevaron a un puterío en la plata, donde le pagaron un turno con la chica más linda del establecimiento.  Llevó su querida bombacha en el bolsillo y se la hizo poner a la prostituta. Ella siguió al pie de la letra sus indicaciones, pero para él no era lo mismo. Abandonó la habitación a los diez minutos, ante la estupefacta mirada de todos. Varios de los amigos ni siquiera habían elegido su cita aún, cuando él salió y se puso a esperarlos afuera. Tal vez por el alcohol encima, o por resignación, los pibes no le dieron mucha bola. Tal vez incluso ni se dieron cuenta. Lloró sentado afuera en la vereda, solo y con frío. Se odiaba a si mismo por ser tan idiota, por no poder disfrutar como sus compañeros de algo tan simple, tan natural, tan primario. Sabía que no era normal, pero todavía la extrañaba y pensaba en ella. En esa obscura calle todavía la imaginaba cerca, a la vez que con su mano acariciaba la prenda femenina contra su pecho.
“Ahí fue cuando me cayó la ficha. Ahí entendí todo.” Dijo convencido, mientras buscaba fuego en el bolsillo de la camisa a cuadros celeste.
Fabián hizo una pausa en su relato, para prender un cigarrillo. Lo encendió con manos temblorosas y dio una profunda pitada. Como liberándose de una pesada carga, cerró los ojos y exhaló lentamente. El humo formaba extrañas y fantasmagóricas figuras frente a su impávido rostro.
“Estaba en la puerta del puterío y se me aclaró todo”. Continuó. “En verdad me di cuenta lo que me estaba pasando. Había idealizado tanto a Cami, que busqué por todos lados una mina igual. Lo del culotte era una excusa que me había creado yo mismo. Nunca iba a encontrar alguien a quien le quedara igual, porque tampoco era lo que buscaba. Yo no necesitaba la prenda íntima, sino a la dueña. Yo la buscaba a ella, o mejor dicho a la imagen que de ella tenía en la cabeza. Los recuerdos con el correr del tiempo y del olvido van mutando. Dejan de ser un recuerdo de la realidad, y se convierten en una representación del propio ideal.” Dio otra rápida aspirada al Philip Morris.
Yo lo miraba nerviosamente, temeroso por saber de lo que era capaz este loco de mierda. A la vez estaba expectante por el desenlace de la historia.
“Cuando volví a Lobos al otro día, hice lo imposible por encontrarla. La hija de puta se había mudado y me costó un huevo. Pero finalmente la localicé. Vivía en Navarro, la madre había conseguido un laburo allá y se fueron. Llegué a la dirección que me habían dicho, era un departamentito nuevo bastante lindo aunque pequeño. Voy, toco timbre y sale Camila. Recién se levantaba de la siesta parecía, porque estaba en pijamas. Le expliqué que estaba mal y que la extrañaba. Le conté que me había llevado la bombacha ese día, y que la llevaba conmigo a todos lados...le conté cada detalle de la misma manera que te lo conté a vos. Entonces ahí yo saco del bolsillo de atrás del pantalón el culotte, y se lo devuelvo. Ya no lo necesitaba. Ella primero lo mira  con una expresión como de asco, de impresión...pero en seguida el gesto se convierte en una especie de sonrisa. Me observa a los ojos con una expresión llena de gozo. Me di cuenta que algo bueno por fin iba a pasarme, lo presentía. Tomó la prenda con sus dulces manos y mirándome fijamente me dijo algo que cambió mi vida para siempre”
Yo estaba inmóvil esperando para ver qué pasaba. El café estaba ya helado. Estaba tan inmerso en el relato que había olvidado por completo la infusión. Fabián apagó correctamente el cigarrillo en el cenicero de Cinzano, mientas largó los últimos restos de humo de sus pulmones.
“Ese culotte no es mío, es de mi vieja” dijo la insensible joven, con un dejo de satisfacción por el sufrimiento ajeno.
Pobre pibe, el golpe habrá sido grave. Debió ser como un baldazo de agua fría. Seguro vio caer todas sus esperanzas, todas sus expectativas y deseos.
“Pero ahora estoy bien por suerte, ya lo superé.” Se lo notaba más relajado, como si ya hubiera dejado todo atrás. Como si se hubiera sacado un gran peso de encima, con el mero hecho de relatarlo.
“Muy bien. Te felicito. Me alegro que lo hayas dejado atrás. ¿Y ahora qué haces? ¿En qué andas?”
“Ahora salgo con la vieja” Me contestó mientras pedía la cuenta.

jueves, 14 de marzo de 2019

Borges y yo


Borges y yo
Jorge Luis Borges

Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un diccionario biográfico. Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo XVII, las etimologías, el sabor del café y la prosa de Stevenson; el otro comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor. Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica. Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición. Por lo demás, yo estoy destinado a perderme, definitivamente, y sólo algún instante de mí podrá sobrevivir en el otro. Poco a poco voy cediéndole todo, aunque me consta su perversa costumbre de falsear y magnificar. Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser; la piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre. Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en sus libros que en muchos otros o que en el laborioso rasgueo de una guitarra. Hace años yo traté de librarme de él y pasé de las mitologías del arrabal a los juegos con el tiempo y con lo infinito, pero esos juegos son de Borges ahora y tendré que idear otras cosas. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro.

No sé cuál de los dos escribe esta página.

(Extraído del libro "El Hacedor", Emecé, 1960)



Dentro de la historia borgeana, se pueden enumerar algunos datos:
Su primer texto publicado fue la traducción al español de “El príncipe feliz”, de Oscar Wilde. Fue en un periódico en 1910. Más tarde, en 1923, publicó Fervor de Buenos Aires, libro de poesía.

Borges no escribió novelas. Su padre, Jorge Guillermo Borges, sí lo hizo. El texto se llamó “El caudillo”. María Kodama, explicó que comenzó el borrador de un guion de cine sobre Venecia pero no continuó.

En 1944 publicó Ficciones. Se dividió en El jardín de senderos que se bifurcan y Artificios. En este segundo incluyó el cuento El Sur, que se inspiró a partir de un accidente que sufrió en la Navidad de 1938, un golpe en la cabeza que casi le cuesta la vida.

Recibió varias distinciones: Premio del Fondo Nacional de las Artes, Premio Miguel de Cervantes, Doctorado honoris causa en prestigiosas universidades, entre otros. Sin embargo, no recibió el Premio Nobel. Aunque en 1966, la Sociedad Argentina de Escritores promovió su candidatura al galardón.

Borges quedó ciego como consecuencia de una enfermedad congénita, después de los 50 años. No le impidió continuar con sus actividades. En 1977 brindó una conferencia sobre la ceguera, en ese entonces todavía podía distinguir algunos colores. Rescató al amarillo: “Me ha sido siempre leal, me ha acompañado siempre”.

A 33 años de la muerte de Borges, los homenajes continúan. Escritores argentinos de la SADE lo celebrarán con una “gran suelta” de poemas.


jueves, 3 de enero de 2019

De regreso en el circuito literario lobense

Estimados amigos: vuelvo a contactarme con ustedes por este medio luego de un prolongado paréntesis. Este blog fue concebido para ir publicando mis cuentos, algunos inéditos, que por el momento no puedo hacer en formato libro. Seguramente en este 2019 se vendrá una nueva novela, puesto que me siento más cómodo incursionando en ese género. Sobre todo luego de haber publicado "Las dos muertes del General". Sin embargo, por los motivos de público conocimiento que encarecen el costo de imprimir un libro, aprovecharé ese tiempo hasta que la situación mejore para seguir haciendo correcciones a mis textos, un trabajo que nunca termina, pero que permite ir dando la mejor forma posible a la idea que uno fue esbozando desde la ficción.

Sólo me resta decirles que seguiremos en contacto, y que cualquier novedad que surja la daré a difusión por los medios de nuestra ciudad, tanto digitales como impresos. Aunque no haya certezas, debemos trabajar, cada uno desde su lugar, para tener un año mejor. 

Gracias a todos quienes me apoyan incondicionalmente, en particular a mi familia y amigos. 

Mariano.