lunes, 18 de marzo de 2019

Culotte

Era una mañana de invierno horrible, gris y lloviznosa, muy melancólica. Miraba una y otra vez la hora en mí reloj. Ya comenzaba a desesperarme al ver que la extensa fila de Depósitos no avanzaba. Hacía cerca de una hora que estaba haciendo la cola en el abarrotado banco provincia. A lo lejos lo me pareció verlo a Fabián, como no estaba seguro de si era él, preferí no hacer el ridículo de saludar a alguien equivocado. Hacia años no veía, como a muchos otros compañeros de secundario. Finalmente, llegó el momento de pagar las facturas y nos cruzamos en la salida. Nos saludamos afectuosamente y me invitó a tomar un café para ponernos al día. Yo estaba de franco en el trabajo, así que no tenía nada mejor que hacer. Me llamó la atención una bolsita roja de Caro Cuore que llevaba, con una tarjetita atada al moño. Era obvio que había comprado un regalo en un local de lencería, y no le avergonzaba para nada que la gente lo notara.
¿Siempre de novio con Cami vos? No había terminado la pregunta cuando ya comencé a arrepentirme de haberla hecho. Hizo un gesto extraño con  su rostro que me lo dijo todo. La muesca de su rostro me dio un claro indicio de cuál iba a ser la respuesta. Camila era otra ex compañera nuestra, y ellos eran la parejita del curso. Siempre andaban juntos para todos lados. Él iba a ver sus partidos de Cestoball, y ella lo acompañaba a los ensayos de la banda. La última vez que los vi fue en Bariloche, y casi no salían de la habitación del hotel. Eran divinos, el uno para el otro, juntos como culo y calzón.
“Hace dos años cortamos, pero ya lo superé. Ahora estoy bien.” Comenzó a contarme como habían ido alejándose, como después de los tres años de novio la cosa no era la misma. El hecho de estar casi todo el día juntos terminó pudriéndolos a los dos.
Camila era una chica rellenita, bastante caderona pero de buenas proporciones. Tenía un rostro angelical que ocultaba su carácter fuerte y decidido. Ojitos pequeños color caramelo y unas cuantas pecas bellamente distribuidas en su respingada nariz, conformaban una carita de nena muy excitante.  Era una gordita bastante sexi. Tenía un aspecto d
ulce, pero había algo en ella que la hacía excitante. Tal vez la forma en que hablaba, lenta y suavemente arrastrando levemente las palabras. O tal vez era su extraña mirada, avasallante y devoradora.
Empezó a relatarme como había sucedido todo. Me dijo que una tarde de primavera ella le dijo sutilmente que la relación había llegado a su fin.
“¡No quiero verte más! rajá de acá, ya no te soporto. Esto no da para más. Sos un plomazo”
Camila era hija única y vivía todavía con su madre. Afortunadamente la vieja era copada, y tenía una muy buena onda. No molestaba para nada. Se llamaba Ester, estaba separada hacía varios años y debía trabajar doble turno en el colegio para mantener a su hija. Maestra de cuarto grado turno tarde y mañana, por lo que era poco el tiempo que pasaba en su vivienda. Era una mujer  jovial, siempre cordial, y de buen humor a pesar de una jornada laboral agotadora. La quería muchísimo, era como una segunda madre para él. Muchas veces tomaban mate juntos, y se cagaban de risa. Se parecían mucho físicamente con Camila. Los mismos gestos y las mismas curvas, pero Ester era mucho más simpática y bondadosa. Era una señora espectacular.  Por suerte esa tarde no estaba presente. No le hubiera gustado presenciar el momento en que su hija lo echaba.
Fabián salió decidido de la habitación de su novia, con la certeza de que esa pelea sería definitiva. Cerró la puerta de un golpe, para hacer más dramática su salida. A los gritos desde el pasillo le expresó que él compartía la intención de separarse, aunque no fuese cierto. Se puso los anteojos de sol, tomó la mochila y la campera de jean. Simulando tranquilidad salió por la puerta de atrás como hacía todos los días. Era una casa pequeña y simple, de 3 habitaciones, pero prolija, y con un pequeño patio detrás. Cuando salió, secó sus lágrimas con la manga de la remera y largó un hondo suspiro. Levantó la mirada, y pudo ver la ropa que colgaba de la cuerda para que el sol y el viento la sequen. Entre camisetas, medias y pantalones, vio rodeado de un haz de luz el culotte que él le había regalado. Era rosa clarito, casi color crema. Tenía pequeños lunares blancos, y era de Licra y algodón con puntillas de encaje. Muy sexy, pero para nada vulgar. El muchacho se lo había comprado para su segundo aniversario de novios, y  ella trataba de ponérselo en cada ocasión que hacían el amor. Si bien no tenían sexo con mucha frecuencia, y a pesar de que Cami no fuese gran cosa en la cama; él sentía que jamás había estado ni estaría con nadie igual. Estaba enamorado. Y ese es el mayor afrodisíaco existente.
Arrancó la prenda íntima de la cuerda y unos broches cayeron sobre el pasto verde. Se la llevaba como recuerdo. Se la llevaba para que no la usara con otro tipo. Se llevaba el culotte para tenerla cerca. En realidad no sabía por qué, pero se lo llevaba.

La moza nos trajo el café y el relato hizo una pausa mientras la muchacha acomodaba las cosas sobre la mesa. A la vez que sacudía  nerviosamente los sobrecitos de azúcar, Fabián continuó con su relato. Yo quería borrarme, se notaba que este pibe no estaba en sus cabales. Miré hacia la puerta como para calcular la distancia, en caso de que fuera necesaria una escapada de emergencia.

Me contó como lloraba por las noches, mirando las fotos de ambos. Se la pasaba recordando los momentos juntos. Leía una y otra vez las cartas en las que le prometía amor eterno. Muchas veces miraba la bombacha y la imaginaba a ella usándola. Tocaba la suave tela e imaginaba su piel. A pesar de estar recién lavada, él creía incluso sentir el dulce aroma de su sexo. La ponía todas las noches debajo de la almohada, para soñar con su ex. La llamaba a horas insólitas como un chiflado para decirle que pensaba en ella, y que la extrañaba. Le rogaba que lo perdonara, que él iba a cambiar si ella así lo quería. Pero evidentemente la pudrió, la chica al mes cambió el número de celular.
Fabi había tenido unas cuantas mujeres en su adolescencia, pero Camila fue su primera novia oficial. A pesar de no ser muy agraciado físicamente, lograba conquistar con su buen humor y muchos chistes estúpidos. Era flaco y bastante alto. Aunque se había dejado estar un poco, aún mantenía la figura. Era un tanto narigón, aunque la barba estilo candado que llevaba lo disimulaba un poco.

Tomé un sorbo de café mientras lo observaba. Estaba raro, ansioso, evidentemente no le hacía bien recordar. Me quería ir a la mierda antes que se pusiera pesado, pero era demasiado tarde. Intenté inútilmente cambiar de tema, ya estaba embalado y siguió contándome.
“Estaba destruido, sentía que no podría olvidarla jamás. Tenía el corazón hecho pedazos.” miraba el oscuro líquido del pocillo, como si en él se proyectaran las imágenes de su memoria. Si yo me iba en ese momento, es probable que ni siquiera lo notara. Estaba tan inmerso en el relato que mi presencia era una mera excusa. Para ese entonces yo había perdido el poco el interés que tenía en el relato, pero de todas maneras el prosiguió.
“Ya  no salía casi, y mi vieja estaba preocupada. Yo no quería saber nada. Estaba re cortado. Por suerte tenía el culotte que me recordaba a mi “princesa”. Recuerdo que le quedaba hermoso. Un calce perfecto resaltaba esas mullidas y redondas nalgas que me volvían loco. Soñaba una y otra vez con ella, en especial cuando dormía con su prenda intima puesta. Parecía ser ella la que me acariciaba, y no la tela.” No podía creer lo que este flaco me estaba contando, lo miraba para saber si era otra de sus antiguas bromas pero su rostro me decía que era en serio.
Yo había estado estudiando en Capital, y el trabajo no me permitía venir muy seguido. Estuve un tiempo de novio con una compañera de facultad, así que eran contadas las veces que volvía a Lobos. Generalmente para fiestas familiares o cumpleaños. Dejé de tratarme con mis antiguos amigos y conocidos. Recién ahora que ya estoy recibido, y distanciado con mi novia capitalina, estoy de vuelta por mis pagos.
Siguió contándome cómo sus amigos, mis antiguos compañeros de colegio, comenzaron a hacerlo salir casi a la fuerza de su casa. Lo llevaban a bares y boliches, pero él no podía mirar a una chica sin compararla con su ex. A veces observaba los culos de las mujeres que pasaban cerca, no porque le gustara la mina, sino para intentar adivinar que ropa interior usaba. A lo largo de unos meses tuvo la chance de estar con un par de damas, todas rellenitas. Lamentablemente, abandonaba toda maniobra al ver que no llevaban un culotte como el que el añoraba. Los amigos, mitad como una medida desesperada y mitad usándolo como excusa, lo llevaron a clubes de strippers en Capital. Sin embargo el seguía con su locura, no había manera de sacarlo de su  melancolía. Ni siquiera cuando lo llevaron a un puterío en la plata, donde le pagaron un turno con la chica más linda del establecimiento.  Llevó su querida bombacha en el bolsillo y se la hizo poner a la prostituta. Ella siguió al pie de la letra sus indicaciones, pero para él no era lo mismo. Abandonó la habitación a los diez minutos, ante la estupefacta mirada de todos. Varios de los amigos ni siquiera habían elegido su cita aún, cuando él salió y se puso a esperarlos afuera. Tal vez por el alcohol encima, o por resignación, los pibes no le dieron mucha bola. Tal vez incluso ni se dieron cuenta. Lloró sentado afuera en la vereda, solo y con frío. Se odiaba a si mismo por ser tan idiota, por no poder disfrutar como sus compañeros de algo tan simple, tan natural, tan primario. Sabía que no era normal, pero todavía la extrañaba y pensaba en ella. En esa obscura calle todavía la imaginaba cerca, a la vez que con su mano acariciaba la prenda femenina contra su pecho.
“Ahí fue cuando me cayó la ficha. Ahí entendí todo.” Dijo convencido, mientras buscaba fuego en el bolsillo de la camisa a cuadros celeste.
Fabián hizo una pausa en su relato, para prender un cigarrillo. Lo encendió con manos temblorosas y dio una profunda pitada. Como liberándose de una pesada carga, cerró los ojos y exhaló lentamente. El humo formaba extrañas y fantasmagóricas figuras frente a su impávido rostro.
“Estaba en la puerta del puterío y se me aclaró todo”. Continuó. “En verdad me di cuenta lo que me estaba pasando. Había idealizado tanto a Cami, que busqué por todos lados una mina igual. Lo del culotte era una excusa que me había creado yo mismo. Nunca iba a encontrar alguien a quien le quedara igual, porque tampoco era lo que buscaba. Yo no necesitaba la prenda íntima, sino a la dueña. Yo la buscaba a ella, o mejor dicho a la imagen que de ella tenía en la cabeza. Los recuerdos con el correr del tiempo y del olvido van mutando. Dejan de ser un recuerdo de la realidad, y se convierten en una representación del propio ideal.” Dio otra rápida aspirada al Philip Morris.
Yo lo miraba nerviosamente, temeroso por saber de lo que era capaz este loco de mierda. A la vez estaba expectante por el desenlace de la historia.
“Cuando volví a Lobos al otro día, hice lo imposible por encontrarla. La hija de puta se había mudado y me costó un huevo. Pero finalmente la localicé. Vivía en Navarro, la madre había conseguido un laburo allá y se fueron. Llegué a la dirección que me habían dicho, era un departamentito nuevo bastante lindo aunque pequeño. Voy, toco timbre y sale Camila. Recién se levantaba de la siesta parecía, porque estaba en pijamas. Le expliqué que estaba mal y que la extrañaba. Le conté que me había llevado la bombacha ese día, y que la llevaba conmigo a todos lados...le conté cada detalle de la misma manera que te lo conté a vos. Entonces ahí yo saco del bolsillo de atrás del pantalón el culotte, y se lo devuelvo. Ya no lo necesitaba. Ella primero lo mira  con una expresión como de asco, de impresión...pero en seguida el gesto se convierte en una especie de sonrisa. Me observa a los ojos con una expresión llena de gozo. Me di cuenta que algo bueno por fin iba a pasarme, lo presentía. Tomó la prenda con sus dulces manos y mirándome fijamente me dijo algo que cambió mi vida para siempre”
Yo estaba inmóvil esperando para ver qué pasaba. El café estaba ya helado. Estaba tan inmerso en el relato que había olvidado por completo la infusión. Fabián apagó correctamente el cigarrillo en el cenicero de Cinzano, mientas largó los últimos restos de humo de sus pulmones.
“Ese culotte no es mío, es de mi vieja” dijo la insensible joven, con un dejo de satisfacción por el sufrimiento ajeno.
Pobre pibe, el golpe habrá sido grave. Debió ser como un baldazo de agua fría. Seguro vio caer todas sus esperanzas, todas sus expectativas y deseos.
“Pero ahora estoy bien por suerte, ya lo superé.” Se lo notaba más relajado, como si ya hubiera dejado todo atrás. Como si se hubiera sacado un gran peso de encima, con el mero hecho de relatarlo.
“Muy bien. Te felicito. Me alegro que lo hayas dejado atrás. ¿Y ahora qué haces? ¿En qué andas?”
“Ahora salgo con la vieja” Me contestó mientras pedía la cuenta.

jueves, 14 de marzo de 2019

Borges y yo


Borges y yo
Jorge Luis Borges

Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un diccionario biográfico. Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo XVII, las etimologías, el sabor del café y la prosa de Stevenson; el otro comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor. Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica. Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición. Por lo demás, yo estoy destinado a perderme, definitivamente, y sólo algún instante de mí podrá sobrevivir en el otro. Poco a poco voy cediéndole todo, aunque me consta su perversa costumbre de falsear y magnificar. Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser; la piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre. Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en sus libros que en muchos otros o que en el laborioso rasgueo de una guitarra. Hace años yo traté de librarme de él y pasé de las mitologías del arrabal a los juegos con el tiempo y con lo infinito, pero esos juegos son de Borges ahora y tendré que idear otras cosas. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro.

No sé cuál de los dos escribe esta página.

(Extraído del libro "El Hacedor", Emecé, 1960)



Dentro de la historia borgeana, se pueden enumerar algunos datos:
Su primer texto publicado fue la traducción al español de “El príncipe feliz”, de Oscar Wilde. Fue en un periódico en 1910. Más tarde, en 1923, publicó Fervor de Buenos Aires, libro de poesía.

Borges no escribió novelas. Su padre, Jorge Guillermo Borges, sí lo hizo. El texto se llamó “El caudillo”. María Kodama, explicó que comenzó el borrador de un guion de cine sobre Venecia pero no continuó.

En 1944 publicó Ficciones. Se dividió en El jardín de senderos que se bifurcan y Artificios. En este segundo incluyó el cuento El Sur, que se inspiró a partir de un accidente que sufrió en la Navidad de 1938, un golpe en la cabeza que casi le cuesta la vida.

Recibió varias distinciones: Premio del Fondo Nacional de las Artes, Premio Miguel de Cervantes, Doctorado honoris causa en prestigiosas universidades, entre otros. Sin embargo, no recibió el Premio Nobel. Aunque en 1966, la Sociedad Argentina de Escritores promovió su candidatura al galardón.

Borges quedó ciego como consecuencia de una enfermedad congénita, después de los 50 años. No le impidió continuar con sus actividades. En 1977 brindó una conferencia sobre la ceguera, en ese entonces todavía podía distinguir algunos colores. Rescató al amarillo: “Me ha sido siempre leal, me ha acompañado siempre”.

A 33 años de la muerte de Borges, los homenajes continúan. Escritores argentinos de la SADE lo celebrarán con una “gran suelta” de poemas.