lunes, 30 de noviembre de 2020

Cuento: "El fútbol es como dicen" (2010)

 

 


Cuando me contaron esta historia, al principio me resultaba un tanto inverosímil.  Luego pude comprobar que era completamente verídica. Un amigo mío conoce al muchacho del cual trata el relato. Me dio su nombre completo, y luego de googlearlo encontré un par de videos de sus goles. Lo contacté mediante mail, y luego de darme su aceptación para publicarlo, me lo explicó todo en detalle. Traté de trascribirlo lo mas literal posible.

 

El fútbol es como dicen, una pasión de multitudes. Millones de personas pendientes de la actualidad en torno al balón, y millones de jóvenes y niños soñando con llegar. Llegar a realizar ese sueño casi imposible, ese sueño que solo unos pocos místicos elegidos logran. El sueño de jugar en primera. Jugar en la bombonera con las tribunas repletas, coreando su nombre. Hacer la jugada de sus vidas, e inmortalizarse para siempre mediante un mágico gol en el último minuto. Ganar millones de dólares. Manejar autos súper modernos y salir con las modelos del momento. Imposible no soñarlo. Imposible que un pobre pibe que disfruta de un deporte sano y noble, no termine enfermo de una sed ciega por la fama.

 

Cristian lamentablemente no estaba exento de toda esta locura. Nació en Entre Ríos, en la pequeña y pintoresca ciudad de Colón. Su familia tenía una humilde casa a la veda del río, a metros de la playa. Jugó durante toda su infancia en un discreto club local, hasta los diecisiete años. Un inescrupuloso caza talentos le hizo firmar contrato, antes que cumpliera la mayoría de edad. Éste lo llevó al Gran Buenos Aires, al Club Deportivo Laferrere. Si bien no era un club de los más reconocidos, podía significar el despegue de su carrera. Hizo un enorme sacrificio y dejó todo atrás. Su familia, su novia, sus amigos y su ciudad. Todo por un remoto sueño, una remota posibilidad. Hacía tres años que estaba en el club, y ya estaba bastante amoldado. Se había hecho de buenos compañeros dentro del equipo, que lo apoyaban cuando el se sentía mal o extrañaba. Era el único del interior, los demás eran de zonas o ciudades cercanas a la capital. Afortunadamente dos o tres meses al año podía volver a su pueblo, y retomar el contacto con los seres queridos. Sobre todo con Lucía, su novia desde hacía cinco años.

Estaba todo bien entre ellos. A pesar de verse poco ambos se mantenían fieles, haciendo caso omiso a las tentaciones y a los instintos. Hablaban por teléfono, o se mandaban mensajes casi diariamente. Cuando Cristian vivía en Colón, eran vecinos. Se conocían desde chicos y sus familias eran como una sola. Lucía era una chica muy bonita y simpática. Poseía una belleza simple y natural, muy difícil de encontrar. No necesitaba arreglarse, ni maquillarse para llamar la atención. Estaba en sus dieciocho años, aunque aparentaba un poco más. Se vestía con lo primero que encontraba, y no le dedicaba mucho tiempo a la  imagen. Pelo castaño y ojos marrones, nada fuera de lo común ni exótico. Tirando a petisa, pero flaquita y esbelta. Sin grandes curvas pero tampoco siendo una tabla. Siempre supo como rechazar cordialmente las varias insinuaciones que recibió de los pibes del barrio, porque solo tenía ojos para su novio. Ella seguía pensando en Cris, y lo apoyaba ciegamente en su sueño de llegar a primera. Pero también quería algo más, alguna seguridad. Al principio dudó bastante, pero sus padres la ayudaron a decidirse. De a poco fue pensando en casamiento, en algo más serio y estable. Esperaba que una vez comprometidos, pudiera irse a la capital a vivir con el. No disimiló en absoluto sus intenciones. En cada oportunidad posible se lo remarcaba abiertamente a su novio, quien no tardó en captar el mensaje.

Cristian tenía veinte en ese entonces, y soñaba a cada momento con llegar a las más altas esferas del fútbol mundial. Anhelaba jugar en el exterior y ser mundialmente famoso. Sabía que jugando de 6 tendría menos chances que un delantero goleador, pero su gran habilidad lo mantenía con esperanzas. Era un lateral con proyección, y en su corta carrera tuvo la fortuna de convertir varios goles. Era fanático de jugadores carismáticos y marketineros, como Ronaldinho, Cristano Ronaldo y otros más. Se peinaba cuidadosamente antes de entrar a la cancha, siempre recién afeitado. Se depilaba religiosamente piernas, torso y axilas. Máscaras faciales y cremas abundaban en su bolso de viaje. Medía casi un metro noventa, morocho y de ojos negros. Tenía un físico muy varonil, que contrastaba con su rostro delicado y hasta un poco femenino si se quiere. Se parecía un poco a Leonardo Di Caprio pero morocho. Pelo corto con una pequeña y bien cuidada cresta, estilo David Beckham. Se creía una estrella, y estaba convencido que su momento le llegaría. Imitaba a la perfección los gestos, señas y movimientos de sus ídolos. Festejaba los goles de la misma manera, y copiaba todo lo que podía de ellos. Gastaba su sueldo en ropa de marca, cosméticos y relojes carísimos.

La cumbia sonaba diariamente a todo volumen en el grabador de la habitación. Compartía el cuarto abarrotado de pósters y recortes de diarios deportivos, con el nueve. Un chico de capital, simpático, alto y canchero. Era un gran goleador, muy efectivo. Aprovechaba cada oportunidad para anotar, y no desperdiciaba una pelota. Estaba siempre en el lugar indicado para recibir el balón. Era parecido a Abreu en sus comienzos. Aguerrido, fuerte y con mucha suerte para el gol. Se llamaba Gustavo y le decían “El Turco”. Era un poco más grande, tenía veinticuatro y estaba convencido de que su carrera futbolística estaba cerca del final. Terminaría su carrera en ese mugroso y querido club. Ya estaba viejo para un contrato salvador. Con el tiempo se hicieron grandes amigos y compartían todo. Tenían íntimas charlas, y se contaban las más profundas intimidades, miedos y alegrías. Incluso un par de veces fue invitado de vacaciones a la casa de su compañero en Colón. Conocía a la familia de su amigo, a su novia y a sus amigos.

No tenían secretos entre ellos, y cuando Cristian le comentó que su novia le tiraba indirectas para casarse, no dudó en apoyarlo. Como un gran amigo, le dio confianza, le demostró que eran el uno para el otro y que harían un a pareja perfecta. Cris lo pensó varias veces, y finalmente decidió que lo mejor sería declarársele como lo hacían los goleadores que él idolatraba. Cuando convirtiera un gol, se levantaría la camiseta y debajo tendría una remera con la proposición. Ella lo vería al otro día en TN Deportivo, donde pasaban religiosamente todos los goles del ascenso. Todos los lunes ella miraba el programa junto con su familia, para ver si al menos lo nombraban.

Hizo imprimir la remera. “Lu, casate conmigo” decía en letras fucsia, con un par de corazones a cada lado. Estaba entusiasmadísimo, y le costó bastante ocultarlo.  Esa noche habló por teléfono con su amada, y casi le fue imposible disimular su felicidad. No debía dar ningún indicio, para que la sorpresa fuera mayor. La estrenó en el siguiente partido, justamente en el clásico frente al Club Comunicaciones. Fue un partido difícil y muy trabado, por lo que casi no tuvo oportunidad de acercarse al área rival. Terminó cero a cero. Estaba un poco decepcionado, aunque sabía que el campeonato recién empezaba y tendría más chances en los partidos restantes. Se tenía mucha confianza. El siguiente encuentro fue contra Cambaceres, un partido fácil que arrancaron ganando con un gol de su gran amigo. Tuvo más libertad para subir, e incluso desperdició dos jugadas bastante claras.

 

Poco a poco se fue impacientando, pasaron otros tres partidos y seguía sin suerte. Jugaba con el alma, y dejaba todo en la cancha. Se mataba corriendo, subía y bajaba en cada pelota. Lo hacía siempre pensando el ella. Entrenaba al máximo, y se esforzaba más que los demás. Corría el doble y ejercitaba más que el resto. Hacía fierros en el gimnasio del club, y le daba con todo. A la nochecita practicaba tiros libres, solo en la cancha auxiliar, con la esperanza de que el técnico le dejara patear uno. En poco tiempo desarrolló buen físico y mejoró bastante su juego, pero terminaba muerto. Por las noches caía fusilado en la cama. Su novia que siempre lo llamaba a las once al club, lo encontraba dormido como un tranco. Cuando derivaban la llamada a su habitación atendía su compañero de cuarto, El Turco. Como se conocían, muchas veces charlaban de todo un poco, de como iba el equipo y todo eso. Incluso en algunas oportunidades de temas algo más personales. El le contaba que ya no quería jugar más, que quería ponerse de novio y disfrutar el tiempo con alguien especial. Se ponía triste porque estaba solo y necesitaba que alguien lo escuchara. Ella en cambio le comentaba cuanto lo extrañaba a Cristian, y que no quería tenerlo más tiempo lejos. Con el tiempo ella comenzó a preocuparse por su novio. Siempre que llamaba no estaba, o no le atendía el celular. Temía que la hubiera olvidado, o que ya no pensara en ella.

 

“Entendelo pobre, él te quiere mucho y hace todo por vos. Con el tiempo vas a entender porqué te lo digo. Tiene suerte de haber encontrado alguien tan buena como vos, que lo entiende y se banca todo esto” Le decía una noche Gustavo, cuando ella le preguntó que le pasaba a su novio.

“Pero pensá que es difícil para mí. No lo veo nunca y hace como un mes que no hablamos. Tengo miedo que halla conocido otra piba allá” Lucía estaba al borde de las lágrimas, mientras observaba en el visor del locutorio que iba gastando como diez pesos.

“Quedate tranquila que nunca va a encontrar una chica como vos, sos hermosa, dulce y sensible. Ojala tuviera yo la suerte que tiene él. Hace mucho que estoy solo. Mi ultima novia no se bancó todo esto, y me termino cagando con mi mejor amigo.” Nunca había contado eso a nadie, ni siquiera a Cristian.

Hubo un silencio prolongado en el que Lu no supo que decir. Luego de unos segundos, volvió a emitir palabras. “Solo decile que lo extraño. Y no te preocupes, ya te va a llegar el momento de enamorarte de nuevo”.

Tuvieron muchas conversaciones como esa. Se fueron sincerando, y se hacían de psicólogo los dos.

 

 Cristian pasaba por una mala racha tremenda. En los encuentros siguientes pegó tiros en los palos, en el travesaño, y le taparon disparos increíbles. Más se hacía la cabeza y más loco se ponía. Era una fiera en el campo de juego, estaba ciego. Se peleó con algunos rivales y hasta lo expulsaron un par de veces. Se preguntaba si era su culpa. Dudaba si ella realmente aceptaría la proposición, o si en cambio haría el ridículo frente a todo su pueblo, su familia y sus amigos. Incluso llegó a creer que talvez inconcientemente él mismo erraba los goles, porque no quería casarse y dejar atrás su sueño. Los futbolistas son muy supersticiosos. Fue a ver a un chamán y a un pastor. Una adivina le dijo que buenas noticias se avecinaban, que su deseo se haría realidad cuando menos lo esperara. Usaba por cábala siempre el mismo calzoncillo, el que usó en el último gol. Entraba a la cancha con el pie derecho sin excusas. Se besaba el anillo que su novia le regaló en el primer aniversario antes de cada jugada, y hacía un montón de estupideces más. Pero el gol no llegaba, y vivía de mal humor. Se empezó a llevar mal con sus compañeros, con Gustavo, con el entrenador físico, y hasta con el técnico. Estaban a punto de sacarlo del equipo. Afortunadamente El Turco intercedió y le explicó la situación al coach, quien comprendió e hizo la excepción de dejarlo jugar un par de partidos más.

Su novia seguía llamándolo cada vez más seguido, estaba demasiado preocupada. Un día viajo en micro hasta capital para ir a verlo. Se apareció en la concentración, en el predio del club. Lo llamaron desde la recepción al cuarto para notificarlo, pero Cristian le pidió al de seguridad que le pase el interno a ella. No pensaba recibirla personalmente. No quería distracciones, ni tampoco verla mal porque eso solo lo impacientaría más.

 “¿Que te pasa corazón? contame... sabes que me podes contar lo que sea. ¿Estás viendo a otra chica?” La pobre Lu era tan buena que incluso pensaba soportar que él se viera con otra mina, con tal que le preste atención nuevamente.

“¡Pero no seas tarada! Siempre jodiendo con lo mismo. No me jodas más, ¿no vez que así no puedo entrenar?” Siempre que la atendía la trataba mal. Es que ella no entendía lo que el estaba viviendo. Jamás lo entendería, por eso no le contaba.

Se había convertido en una obsesión para Cristian. El objeto de su deseo fue paulatinamente mutando. Ya no pensaba en Lucía, pensaba solo en el gol. El foco de atención dejo de ser la entidad incierta del futuro, para formarse como la esencia inmediata. De a poco dejó de soñar por las noches con Lucía, con el dulce momento de casarse, para solo pensar en hacer un maldito gol. Vivía enfermo. Tomaba ansiolíticos auto-recetados para poder dormir, que el utilero le conseguía quien sabe donde. “Afortunadamente desde la ultima vez que se me apareció acá, la loca no llamó más” pensaba relajado.

 

Llegó el momento del último partido del campeonato. Si bien el equipo no estaba arriba en la tabla de posiciones, le tocaba jugar con el puntero. Todos sabían que la atención iba a estar centrada en ese encuentro. Se supo que iba a haber reclutadores de varios equipos de primera, por lo que los jugadores tenían un incentivo extra para ganar.

Esa fue una semana clave en la vida de Cristian que jamás olvidará. Recibió varias noticias en los días previos al partido. La primera noticia fue que directivos Boca iban a estar presenciando el partido. Si todo salía bien, y si convertía un gol, talvez tuviera una chance de que lo llevaran a jugar al famoso club xeneize. Andaba como chiflado para todos lados, era la primera vez en meses que lo veían feliz. Tenía una sonrisa de oreja a oreja imposible de disimular. Todos en el plantel se pusieron felices de verlo con mejor estado de ánimo.

Gustavo aprovechó el breve momento de felicidad, para contarle una verdad que lo estaba carcomiendo por dentro desde hacía días. Le comentó que hacía un tiempo el atendía los llamados cuando el no estaba, que se habían hecho amigos con Lu. También le contó que sentía algo especial por ella, y que quería retirarse del fútbol para vivir juntos en Buenos Aires. No le ocultó lo ocurrido ese día que lo fue a visitar a la concentración. El había escuchado la conversación, y se escapó para ir a buscarla. No soportaba verla tan mal, ella no se lo merecía. Fueron a tomar algo para charlar. Intentaba consolarla en su momento de desolación. Ella solo quería tomar para olvidar el momento de mierda, y no pensar en lo estúpida que fue durante todo aquel tiempo. Gustavo la acompañó con los tragos, y terminaron en la cama de su departamento. Amanecieron juntos, y hablaron varias horas durante el desayuno. Ella necesitaba alguien que dejara todo ese ambiente horrible del fútbol. Alguien normal que solo quisiera estar con ella. Sin delirios de grandeza ni anhelos de fama. “Disculpá que te lo diga yo, pero ella no se animaba a confesártelo. Estamos saliendo hace un tiempo, y la verdad estoy enamorado. Perdoname Cristian”

 

miércoles, 18 de noviembre de 2020

Cuento: "Central disco" (2013)

  


Hará cosa de dos años, me encontraba en el Mercado Central, un domingo, con la intención de comprar algo de ropa y algunos regalos para mis viejos. El jugoso choripán goteaba grasa por entre los panes, lo cual me obligaba a adoptar una extraña pose al momento de comerlo, sentado de piernas abiertas y con los brazos y boca alejados lo más posible del torso; cuando noté una música pegadiza que se oía a lo lejos. La melodía había pasado desapercibida hasta el momento, entre el bullicio de gente, autos, ruidos de la cercana autopista y gritos de los vendedores de  verdura anunciando ofertas. Creo que era “Will be together again” de Rick Astley, el pegadizo tema de los ochenta, al toque enganchado con otro hit. 

Habré estado media hora escuchando, éxito tras éxito. Eran temas bien bolicheros con mucha onda, demasiada para el lugar. Terminé mi improvisado almuerzo y di unas vueltas por el paseo de compras. Dos camisas, unos jeans, algo de verdura y dos collares para mi perrito, al salir volví a oír la música que continuaba imponiéndose por sobre el ruido. Me llamó la atención, decidí buscar el origen de los sonidos. Caminé siguiendo la canción, iba guiado por la hipnótica armonía. Allí a lo lejos finalmente lo vi, una  carpita tipo sombrilla en medio del estacionamiento, un par de bafles, y un mueblecito con los discos, eso era todo. Al acercarme pude apreciar con claridad cómo ocurría la encantamiento, era como ver a un mago explicando sus trucos. Permanecí absorto observándolo durante varios minutos, pero estaba tan enchufado que ni cuenta se dio de mi presencia. Era medio petiso, y su prolongada frente brillaba con el sol del ocaso que se escondía por detrás de la autopista. Una camisa a cuadros azules no le disimulaba para nada la creciente panza de cuarentón. Los C.D´s emitían destellos multicolores que se reflejaban en sus gruesos anteojos de aumento. El tipo tenía una compactera doble y dos bandejas de vinilos, con un montón de perillas y botones. Con los auriculares puestos, y con la coordinación manual de un maestro de orquesta sacaba un disco tras otro, cambiaba de tema y sacaba el anterior de la otra bandeja, enganchaba los temas, seguía los ritmos, la verdad que era un grosso el hombre. Lo saludé, y mientras se disponía a meter un tema de los Pet Shop Boys, charlamos un rato.

Tenía guardados en su cabeza el tempo y los compases de los miles y miles de temas en su haber, era necesario éste conocimiento para ir decidiendo sobre la marcha cuales ir enganchando. Aseguró no preparar previamente una lista de canciones sino que se dejaba llevar por su público. Él decía que para ser buen D.J. hay que sentir el feedback, la respuesta de los oyentes.

Su sueño era ser propietario de un boliche, había trabajado en los ochentas en varias míticas “boîtes” como les decíamos antes, pero la vida lo llevó por otros caminos. Se casó, tuvo tres pibes y necesitaba algún laburo más estable, trabajó varios años de remisero, luego de empleado supermercadista, y por último en un quiosco. Ahora que los niños eran ya mayores podía volver a lo suyo, a su verdadera profesión. Me daba lástima, el tipo hubiera dado lo que fuera por volver a la noche, juro que ése tipo me dejó marcado, no sé por qué, supongo que es el sueño de todos ser D.J., que todos te sigan, que bailen lo que vos le ponés, ser como un dios… y lo peor debe ser haberlo logrado y luego perderlo.

-Mirá, tengo un amigo que está por abrir un boliche para mayores de treinta, todo música de los ochenta y setenta, y anda buscando gente con experiencia. Hablá con él, capaz puede conseguirte algo.- Le di el número de Javier, un amigo que se iniciaba en el rubro.

Pasaron unos meses y al no tener noticia de ninguno de los dos, me dirigí nuevamente al Mercado Central a ver si me lo encontraba. Fuimos en auto con mi señora y mi hijo, pagamos al trapito por un lugar en la escasa sombra del lugar, y estacioné junto a una cupé Taunus modelo ’84. Estaba como nueva, resplandeciente, roja con franjas negras a lo largo del capot y el techo. Apenas bajar percibimos dos cosas, el hedor a queso podrido de los chipás, y un tema de Génesis a todo volumen. Phil Collins gritaba casi tan fuerte como la paraguaya de las tortillas. Mi familia se fue a comprar provisiones alimenticias, mientras yo fui en busca del musicalizador.

El puesto se encontraba en el mismo lugar, y el mismo vendedor seguía en él. Nunca supe su nombre, o tal vez me lo dijo y no lo recuerdo, pero lo cierto es que su fisonomía había cambiado bastante. Anteojos negros, una remera estridentemente amarilla con el logo de M.P.3 tachado en naranja, una colita de caballo a pesar de la pelada frontal, collares luminosos y grandes anillos dorados.-Éste tema va para el vendedor de zapatillas. ¡Vamos arriba!-. Bailaba, agitaba los brazos y cantaba, estaba como rejuvenecido en ánimo. El puesto también se veía diferente, si es que todavía se lo podía seguir llamando así. Bolas de espejos, sillones de pana roja, luces estroboscópicas, rayos laser, incluso se había asociado con un tipo que vendía gaseosas y jugos para que instalara una barra allí. Lo saludé con una seña y me acerqué, bajó apenas la música y salió de la renovada cabina de Disk Jockey.

-Hey loco. ¿Qué onda? ¿En qué te puedo ayudar chabón?- por la terminología utilizada se hacía el pendejo parecía. Le recordé que era yo quien le había pasado el número de mi amigo Javier,  le pregunté si habían hablado y cómo les había ido.

-Sí, Estamos haciendo algo en su boliche. ¡Fines de semana a pleno chabón! Igual me lo tomo como un hobbie nomas che, un pasatiempo. Voy paso música y chau- Mientras hablábamos bailoteaba como un boludo. -Mi verdadero público está acá. Fijate que ya ni vendo C.D.´s siquiera. ¡Sólo transmito buenas ondas sonoras loco!-Parecía un pelotudo cuando hablaba, pero tenía razón, ni un solo disco podía verse a la venta allí.

-El público de una discoteque es muy ingrato, hace de que cuenta que no existís. Les da lo mismo si estás vos o cualquier otro gil, están todos en la suya, encarando o mirando minitas, re mamados, y pongas la música que pongas bailan siempre igual. Acá en cambio temes una respuesta instantánea, una vibra inmediata, y por sobre todas las cosas auténtica, acá no te la “caretean”. - En ese preciso momento una camioneta Ford F100 azul metalizada pasa por delante de nosotros, toca bocina al pasar, y la mano izquierda de un misterioso conductor asoma por la obscura ventanilla apenas abierta con el pulgar en alto, en señal de aprobación. -¿Ves lo que te digo? Mirá el pibe aquél, el de los duraznos a $4,50, fíjate cómo baila mientras despacha clientes, o aquél del puesto de choripanes cómo mueve los pies mientras está junto a la parrilla al ritmo de Stevie Wonder. ¡La gente me quiere acá macho, no los puedo abandonar! me dan afecto, me regalan cosas… ésta remera me la regaló la mujer del puesto veinticuatro, las zapatillas el muchacho de allá al fondo, puro cariño loco. Moreno (Guillermo) me quiso echar, le llegó un rumor, y no entendía cómo tengo un puesto que no vende nada, varias veces vinieron a inspeccionar si vendo droga o cosas raras, pero la gente salió a defenderme loco, mi verdadero público.- Una combi justo pasó y le tocó bocina, gritándole el cuarentón conductor de poblado bigote -¡Grosso, capo!-.

- Mi deseo en la vida era abrir mi propio boliche, y acá lo cumplí, este es mi boliche.-

Nos despedimos cordialmente con la promesa de volver a vernos, aunque estoy convencido de que me olvidó en ése mismo instante. Me fui caminando a buscar a mi señora e hijo, tomándome el tiempo para pensar. Hay que buscarle la vuelta a las ambiciones, quizás se cumplan de la manera en que menos lo esperamos, o tal vez recién una vez plasmadas podemos conocer  nuestra verdadera pasión. Aquí podemos conseguir casi cualquier cosa, lo que imaginemos, quizás hasta podamos hacer realidad nuestros sueños, pero tengamos en cuenta que todo lo que aquí se consigue es trucho, incluso ésos sueños. En el Mercado Central, donde todo es posible.